Me siento esperanzado y positivo. Sé que puedo aprender mucho de mis interacciones con los demás. Según mi día transcurre, me encuentro con una amplia gama de puntos de vista, personalidades y talentos. Mi crecimiento real ocurre cuando me comprometo sinceramente con lo que me rodea. Puedo aprender cosas nuevas tomando una clase, practicando un nuevo idioma, viajando a sitios desconocidos o mediante el voluntariado.

Las experiencias nuevas me muestran partes de mí que no había descubierto. Así como el mundo exterior se expande según comparto con los demás, mi mundo interno también se engrandece. Profundizo mi conocimiento y mi comprensión, comparto mi amor y despierto mi compasión y empatía al interactuar con otros.

Sentimientos de alegría pueden surgir de los buenos momentos de la vida, pequeños o grandes —desde disfrutar de una taza de café hasta un ascenso en el trabajo. Puede que crea que necesito cosas en lo externo para sentir gozo. Sin embargo, el gozo eterno mora en mí y no depende de nadie ni de nada. Gracias a mi vínculo con Dios, la fuente infinita de gozo está disponible para mí.

Cada vez que me conecto con el Espíritu divino, experimento gozo. Puedo conectarme con Dios de muchas maneras: leyendo la Biblia, y mediante afirmaciones o visualizaciones.

Al traer el sentimiento de gratitud a mi corazón, sé que todo el bien proviene del Espíritu. Al fortalecer la conciencia del Cristo en mí, conozco el gozo.

Cuando algo está más allá de mi control o enfrento un reto y no sé qué hacer, lo más productivo es dejar ir. Puedo escribir mis pensamientos y luego romper el papel. Mejor aún, puedo tomar un momento para dirigirme a Dios. Me concentro en mi respiración y en los latidos de mi corazón. En esta conexión sagrada, libero toda carga.

Visualizo que cada reto se aleja siendo llevado por la brisa, y dejo ir la angustia. Descubro que una paz y una esperanza renovadas se elevan en mi alma. Cada vez que llegue a mi mente un pensamiento negativo, continúo dejándolo ir y entregándoselo todo a Dios. Me sereno dando gracias por el amor y la bondad en todo.

Es fácil confiar en la guía de mi sabiduría interna cuando todo va bien. Sin embargo, ¿qué pasa con mi fe cuando las nubes tormentosas aparecen? Al dejar ir mis preocupaciones, me abro a la Presencia que mora en mí. Si tengo preocupaciones y trato de resolverlas yo mismo, no siempre puedo ver las respuestas ante mí inspiradas por lo divino.

Por tal motivo, decido afianzarme a mi fe en que la guía divina me acompaña en los tiempos de incertidumbre. La guía puede venir a mí en formas sorprendentes y cuando menos la espero, así que mantengo mi mente abierta y receptiva. La voz apacible en mí me dirige hacia el sendero perfecto y me inspira a seguirlo. Sé que todo está bien.

Si mi cuerpo experimenta un reto de salud, voy a mi interior y dejo ir todo miedo y preocupación. Afirmo que la enfermedad no es parte de mi verdadera identidad. Recuerdo que la salud plena es el derecho de nacimiento de mi ser espiritual. Suelto cada tribulación y lleno mi conciencia de pensamientos sanadores. Mi percepción Crística ve que las células de mi cuerpo brillan con la energía de la vida divina.

Al orar, agradezco todas las funciones maravillosas de mi cuerpo. Recuerdo tomar tiempo para bendecir mi cuerpo con descanso, ejercicio y buena nutrición. Digo afirmaciones de la Verdad para estimular a mi cuerpo a iniciar su respuesta sanadora. Doy gracias por la sanación que ya está en camino. Siento gratitud por mi salud y por gozar de vida plena.

Cada día, muchas personas apartan un momento para orar. Cuando me uno a ellas, nuestras mentes y corazones se entrelazan. Guardo en mi corazón un lugar sagrado para la paz y el bienestar del mundo. Expreso con amor la energía afable que irradia desde lo más profundo de mi ser. Reconozco que la presencia de paz vive en el corazón de cada ser.

Juntos, formamos una visión poderosa que sana al mundo. Bendigo al mundo cuando me uno a los demás para orar. El poder de la oración amplifica la paz en mi corazón. Le envío una bendición a toda la humanidad. Al afirmar paz en mi corazón, en mis interacciones y en el mundo, me siento uno con el todo. Expreso profunda gratitud por la presencia interior que me une a mi familia global.

¿Qué estoy haciendo con mi vida, con mi tiempo aquí en la tierra? ¿Cuál es mi propósito? Comienzo la búsqueda de respuestas dándome cuenta de que no estoy aquí para ser definido por mis intereses, mi género, mi apariencia física o mi educación. Yo soy mucho más que esos aspectos.

Tengo algo especial y particular que ofrecer. He sido creado a la imagen y semejanza de Dios, y estoy aquí para aprender, expresar y vivir según mi identidad divina.

Cuando expreso gratitud, aceptación y amabilidad hacia los demás, honro el propósito de mi vida como expresión de Dios. La sabiduría divina guía mis pasos. Al proseguir consciente de mi propósito, me siento más pleno y satisfecho. Vivo con emoción y claridad.

Mi espiritualidad es tan única como yo. Celebro la expresión particular de mi alma y no me limito a las ideas de otros acerca de lo que yo debería ser. Tampoco debo adherirme a ideas que he de dejar atrás. En vez de ello, permito que mi individualidad se exprese completamente.

Contribuyo al bien del mundo haciendo uso de mis dones. Determino no buscar validación fuera de mí. Reconozco que estoy más que validado por la presencia de Dios en mí.

Esa Verdad jubilosa me libera y apoya cada uno de mis objetivos. Ofrezco mi energía creativa y el gozo de mi corazón cuando comparto con otros mis habilidades. Siento alegría al expresar quien soy. ¡Yo soy único!

Siento seguridad al saber que el amor divino está conmigo siempre. No importa qué sucesos se desarrollen en mi vida o en el mundo, siempre puedo sentir el apoyo de la presencia de Dios dentro de mí. Si me siento abatido, recuerdo la presencia amorosa constante del Espíritu divino.

Si siento temor o dudas, busco evidencia de la Divinidad entre los desafíos y el dolor. Ante todo, busco lo bueno. Estoy atento a los actos de bondad y ayuda y a los ejemplos de fortaleza y resiliencia. Aprecio las expresiones de las cualidades divinas que encuentro a mi alrededor. Cuando logro discernir el bien en situaciones desafiantes o negativas, siento la certeza de que Dios está conmigo. Siento paz.

Yo soy libre para explorar quién soy como ser espiritual. Si descubro creencias restrictivas, o sentimientos de carencia o indignidad, decido liberarme de esas maneras infructuosas de pensar y sentir. Al hacerlo, también se me hace más fácil dejar de juzgar a los demás. Cuando dejo ir el pasado, puedo andar por nuevos senderos.

Si se me dificulta el camino, acudo a la sabiduría divina, ésta me ayuda a descubrir mi libertad. Yo soy auténtico, completo y digno. La libertad es una alternativa que escojo pensamiento a pensamiento, día a día. Al liberarme de viejos patrones de pensamiento y conducta, aprecio cada experiencia como una oportunidad para aprender y crecer. Vivo libre y plenamente.