El amor de Dios expresado por medio de mi madre me dio la vida. El amor, la sabiduría y la fortaleza de Dios la guiaron a ella y a quienes cuidaron de mí cuando crecía. Mis palabras de engrandecimiento y cariño le demuestran a mi madre cuánto la amo. Deseo demostrarle afecto y gratitud a mi madre. Comparto con ella el amor sustentador de Dios mediante palabras y acciones amorosas.

Al recordar las veces que mi madre, u otra persona compasiva, me escuchó pacientemente y me ofreció palabras de aliento, yo también busco ser una presencia de apoyo. Al recordar la alegría de mi madre cada vez que yo aprendía algo nuevo, comparto mi conocimiento voluntariamente con quien requiera mi ayuda. Comparto el don del amor con gratitud.

Yo soy abundantemente bendecido, y una buena manera de demostrar mi aprecio por el bien en mi vida es bendiciendo a los demás. Hoy me comprometo a ver a los demás con nuevos ojos. Aprecio a las personas como seres divinos que merecen mi amabilidad y respeto. Con amor en mi corazón, les envío bendiciones de paz y prosperidad.

Bendecir es poderoso, una forma de apreciar a las personas en mi vida. Bendecir a otros me bendice a mí, mantiene mis pensamientos enfocados en la divinidad que compartimos y en nuestra hermandad como hijos de Dios.

Prosigo con mi día con esta oración en mi corazón: Te bendigo y soy bendecido. Doy gracias por ti, por tu vida, por tu amor y por todo lo que hace que seas la persona que eres.

El mundo se ilumina cuando las personas nos tratamos con amabilidad y respeto. Hoy me comprometo a compartir mi luz siendo afable. Compartir una palabra amable o un gesto considerado puede tomar solo un momento, pero puede cambiar el día de alguien.

Soy vigilante con los pensamientos y criterios que mantengo. Tengo presente mi decisión y determinación de ser una persona cordial. Presto atención y soy atento con el mundo a mi alrededor. Cuando comparto una sonrisa, comienzo una reacción alegre en cadena. Demuestro interés al escuchar a otros y los animo a compartir. Gracias a mi naturaleza benigna y compasiva, las personas a mi alrededor se sienten alentadas a ser bondadosas.

En el Libro de Hechos en el Nuevo Testamento, Saulo de Tarso, un perseguidor de los cristianos, viajaba por el camino hacia Damasco cuando una luz del cielo lo cegó. La voz de Jesús le dijo, “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Tres días después recuperó la vista y, con claridad y visión espirituales, comenzó a predicar las enseñanzas de Jesús. Me veo reflejado en esta historia. A veces, me enfoco tanto en lo negativo que me ciego a la belleza y a las bendiciones que tengo ante mí. Cuando participo en el mundo con amor en lugar de temor, veo con más facilidad el Cristo que mora en mí y en los demás.

Cuido a las personas en mi vida con amor, mas no puedo hacerlo verdaderamente si no cuido de mí con cariño. Me detengo para descansar de las ocupaciones del día. Respiro e inhalo el aliento de vida del Espíritu divino. Mi mente y mi cuerpo sueltan el estrés. Nutro mi mente tomando tiempo para aprender algo nuevo.

Cuido mi cuerpo con actividades y alimentos que fomentan mi fortaleza y energía. Promuevo mi crecimiento espiritual con material edificante y momentos de oración, meditación y silencio. Me veo como la creación digna y amorosa de Dios que soy. Habiendo cuidado de mí, puedo ser una presencia de apoyo en la vida de quienes dependen de mí.