Si tienes un amigo, has merecido un don divino. La amistad leal, sincera, desinteresada, es la verdadera comunión de las almas. Es más fuerte que el amor, porque éste suele ser celoso,
egoísta y vulnerable. La verdadera amistad perdura y se fortalece a través del tiempo y la distancia. No se necesita ver frecuentemente al amigo para
que la amistad perdure; basta saber que éste responderá cuando sea necesario, con un acto de afecto, de comprensión y aún de sacrificio. La amistad no se conquista, no se impone;
se cultiva como una flor, se abona con pequeños detalles de cortesía,
de ternura y de lealtad… Se riega con las aguas vivas de desinterés y del cariño silencioso… No importan las distancias, los niveles sociales,
los años o las culturas. La amistad lo borra todo. El recuerdo del amigo lejano, del amigo de
la niñez o el de la juventud, produce la íntima alegría de haberlos conocido. Nuestra vida se enriqueció con su contacto por breve que haya sido. La felicidad del amigo nos da felicidad.
Sus penas se vuelven nuestras porque hay
un maravilloso lazo invisible que une a los amigos. La amistad es bella sobre toda ponderación.
Para el que tiene un amigo, no existe la soledad.
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