Subí a esa luna una noche
por ver que había de cierto,
y caminé un blanco valle
de requesón, miel y ensueños.
Lagunas de arroz con leche.
Montañas de blanco queso.
Y había un río de horchata
brotando de un blanco lecho.
Una doncella impoluta
con romana de hacer peso,
administraba justicia.
Y con la espada de acero,
proclamaba el que comía,
y quién no podía hacerlo.
Ella quiso acompañarme
por caminos y senderos.
Me mostró la vía láctea.
El pozo de los deseos.
¡Mas no quiso detenerse
en los agujeros negros!
Pero yo, allí, me detuve,
y contemplé los infiernos.
Una corrupción total
de policías, camellos.
Política camuflada
debajo de los banqueros
que sus egos retocaban
con los frutos de usureros.
¡Qué infierno más disoluto!
¡Qué agujeros repugnantes!
Allí se mezclan ufanos
la politica y el clero.
Tejen lujosas pellizas
con la piel del pobre obrero.
Les desecaban las venas
con sus sueldos usureros
y encadenaban su prole
blanqueando sus cerebros.
Me retiré de inmediato
del lugar concupiscente
que me costaba aceptar
teniéndolo frente a frente.
En la luna de Valencia
entre merengues y anhelos,
os invito a visitarme
-si no sois de los negreros-,
y os invitaré a un banquete
de los que veis solo en sueños.
¡Y sin agujeros negros!