Ser mortal
Aunque nuestra única certeza al venir al mundo es que alguna vez vamos a tener que dejarlo, tendemos a vivir negando esta evidencia.
Este acto de negación primordial, más allá de operar como una salvaguarda natural de nuestro aparato psíquico, no evita –sin embargo– que cuando la muerte irrumpe en nuestras vidas quedemos arrasados, partidos y pidiendo explicaciones. Y a cualquiera que en ese momento nos recuerde que ya lo sabíamos, que conocíamos de sobra la finitud que está cifrada en nuestras células, le responderemos simplemente que no.
Por otra parte, y aunque es una certeza biológica, esa finitud no está necesariamente incluida en la educación y en la formación espiritual de los seres humanos.
Si queremos contactarnos con estas dimensiones, tenemos que hacer un trabajo. Tendemos a pensar, equivocadamente, que escamotear la noción de muerte ante los ojos de nuestros niños (que camuflar esa realidad con metáforas y subterfugios) va a mitigar su sufrimiento. Por el contrario, no solo los niños no necesitan esa anestesia retórica (ya que son superconductores y entienden perfectamente todo), sino que creo, además, que el procedimiento correcto es el inverso: cuanto antes logremos anticipar estas verdades acerca de la finitud, para procesarlas en un marco educativo basado en los valores del amor, la contención; mayor sabiduría espiritual alcanzaremos.
Los chicos, por otra parte, conocen la muerte aunque no se la expliquemos. Son nociones que tienen integradas de nacimiento. En este sentido, sería mejor aprender de ellos. La vida está llena de cosas que carecen de explicaciones. Pero no por eso debemos ignorarlas, o soslayarlas. Muchas veces pareciera que solo estamos dispuestos a incorporar aquello que podemos explicar. Y en ese afán, desechamos el resto. Hacernos verdaderamente humanos en lo mortal, es por el contrario, asumir también esas realidades que no tienen explicación, como, por ejemplo, la muerte. Asumirlas. Con frustración, sí. Desde luego. Con dolor, con sufrimiento, con padecimiento y hasta con impotencia, porque aquellos que amamos se van… Pero no por eso dejamos de asumir y de internalizar esa realidad, ya que ganaremos en riqueza espiritual.
Por último, y como otra faceta de este tema, debemos plantearnos claramente que la muerte es esencialmente una experiencia de vida. La muerte como experiencia de muerte es un misterio. Nadie puede hablar de la muerte desdela muerte. Ese relato no existe. El único contacto que tenemos de la muerte se nos presenta desde la vida. Y en eso sí tenemos una amplia y sobrada experiencia. Por eso lloramos. Y lloramos no solo por el que se va. Lloramos también por nosotros, que nos quedamos con la muerte sobre las espaldas, tratando de seguir con la vida a pesar de todo. Este límite, creo, marca nuestra esencia. Si hay algo que jalona nuestra humanidad es precisamente la mortalidad.
Al mismo tiempo, si hay algo que nos permite darle sentido a la vida es, justamente, ser interrogados por la muerte. Todo lo que sabemos acerca de la muerte solo puede ser implementado, traducido y desplegado en la vida. Anticipar estas nociones, como decíamos antes, nos permite ser más humanos.
Rabino Sergio