Al actuar desde mi naturaleza divina, perdono los errores.
Las palabras dichas sin pensar y por frustración o enojo pueden ser hirientes. Si recibo palabras poco amables de parte de otra persona, tengo la opción de perdonar o de fomentar la amargura. Elijo perdonar.
En ocasiones, todos hemos sido imprudentes o descuidados, así que determino perdonar a los demás, perdonarme a mí mismo y dejar ir cualquier resentimiento. Elijo pensamientos y palabras afables. Los pensamientos que mantengo y las palabras que digo son expresiones del amor siempre presente de Dios, y los elijo cuidadosamente. Me comprometo a llevar mi vida como la expresión de Dios considerada y amorosa que soy.
Tengan cuidado. No vayan a perderse la gracia de Dios; no dejen brotar ninguna raíz de amargura, pues podría estorbarles.—Hebreos 12:15
Hoy elijo vivir plenamente. Mi deleite en la vida surge de mi interior; es producto de la presencia viviente y amorosa de Dios en mí. Al continuar con mi día, encuentro maneras de expresar mi contento. Mi actitud es positiva, vibrante y entusiasta. Busco maneras de ser útil y de dar ánimo. ¡Soy feliz, y es evidente!
Cuando tengo una actitud alegre y positiva, tiendo a notar y a apreciar el gozo en los demás. Cuando permito que mi luz brille, noto que la luz de los demás también resplandece e irradia hacia mí. Juntos creamos un ambiente gozoso.
Al compartir optimismo, amor y felicidad, el ámbito del gozo se expande, y el mundo es bendecido.
Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo.—Salmo 16:11