CUENTO SOBRE EL POTENCIAL
De Julio Andrés Pagano
Cuentan que hace
mucho, pero mucho tiempo, en una estrella situada lejos de la Vía Láctea, la atención
de un niño fue cautivada por la amorosa presencia de un anciano de largos
cabellos blancos y túnica resplandeciente, que sin mover sus manos, creaba en
el aire bellísimos mandalas con finos granos de arena que emitían una luz muy
especial.
Mientras el niño
permanecía deslumbrado, observando tal despliegue de creatividad y hermosura,
el anciano suavemente se inclinó y escribió, con letra grande y clara: “POTENCIAL”.
Los ojos del niño brillaron intensamente, como si fuesen dos luceros, y su boca
se abrió ante la sorpresa de ver escrita la palabra que en sueños se le
presentaba y aún no lograba develar.
“Te estaba
esperando”, le dijo el anciano, mientras hizo una breve seña para que se
sentara a su lado, al tiempo que abrió una bolsa aterciopelada color marrón.
¿Qué son?, preguntó
al niño movido por la
curiosidad. Parecen piedras chiquitas, comentó.
Son semillas, le
explicó el anciano; no las conoces porque son creadas para otra realidad. Muy
lejos de este mundo, hay un magnífico planeta escuela llamado Tierra, a donde
viajan las semillas para manifestar su potencial.
¿Qué significa
potencial?, dijo el niño con premura, queriendo conocer el significado de la
misteriosa palabra que lo mantenía preso de la duda.
Sin que mediara
explicación alguna, el anciano giró sus manos trazando un círculo dorado. Allí
el pequeño vio aparecer un frondoso árbol frutal, que al instante comenzó a
comprimirse hasta que su esencia quedó dentro de una semilla.
¡Guauuuu!, exclamó
el niño.
Al ver su rostro completamente
fascinado por lo que acababa de presenciar, el anciano le explicó: “Potencial
significa que tiene la posibilidad de ser ó existir, por eso ahora esa semilla
potencialmente es el árbol que recién viste replegarse hasta su mínima
expresión.
Creo que comprendo –
contestó el niño –, la semilla es como si fuese una pequeña valija que
protege al árbol y le permite viajar hacia otra realidad ¿no?
Sí, podríamos decir
que así es, afirmó el anciano.
Como ya observaste
el proceso inverso, ahora tienes la certeza de que de esa semilla únicamente
podrá nacer un árbol frutal. Nunca esperarás que se convierta en otra cosa,
pues has contemplado su naturaleza interna, agregó el anciano, mientras el
viento ondeaba sus vestiduras.
Al ver el interés
que mostraba el niño, el anciano continuó explicándole: “Lo mismo sucede
con los seres que van a la
Tierra. Antes de encarnar, sus espíritus visionan aquello en
lo que quieren convertirse, y luego lo repliegan dentro de una semilla roja,
llamada corazón, que al abrirse les permite plasmar lo que potencialmente ya
son”.
¿Las
semillas-corazones de esos seres se abren solas?, preguntó el niño.
Se abren cuando
internamente así lo sienten, aclaró el anciano, pues se trata de un planeta de
libre albedrío al que para ingresar deben jugar a ponerse un velo que les
impide recordar lo que en espíritu ya conocen.
Un tanto confundido,
el pequeño retomó la palabra y dijo: ¿Por qué juegan a olvidar lo que ya
conocen?
Lo hacen para poder
sentir eso que intuyen que llevan dentro – le explicó –, pues
jugando a ignorar lo que ya conocen pueden nutrirse de innumerables vivencias
aleccionadoras, que les permiten desarrollar nuevas habilidades para continuar
viajando por todo el universo, en busca de otros desafíos que los impulsen a
evolucionar.
El niño hizo una
breve pausa para asimilar lo escuchado, y nuevamente preguntó: ¿Ese velo del
olvido no podría hacer que esos seres se sientan perdidos ó confundidos, y
quieran buscar fuera lo que no recuerdan que ya tienen dentro?
Sí, eso es lo que
muchas veces sucede, aseveró el anciano. Y al ver que aún perduraba el rostro
de preocupación del niño, sonriendo con dulzura le comentó: No te preocupes,
todos están destinados a florecer, pues entre otras cosas cuentan con el sutil
auxilio de las corazonadas, las señales, las sincronicidades y la intuición
para poder hacerlo. Cada uno se transforma y florece a su debido tiempo, en la
medida en que se anima a respetar aquello que internamente siente que está
alineado con su esencia.
¿Te gustaría algún
día ir de paseo a ese mágico planeta escuela?, le dijo el anciano.
¡Claro que sí!,
proclamó con entusiasmo el niño, pues ahora sé que simplemente tendré que
respetar mi sentir, para que se abra la semilla de mi corazón y florezca lo que
lleve dentro.
Reafirmando las
palabras del niño, el anciano miró en dirección al cielo y enunció un mensaje
dedicado a todas las semillas, que el espíritu del viento prometió entregar:
“ Nunca nacen
rosas de las semillas del bambú, pues no están en su esencia interna, así que
no permitas que marchiten tu potencial con deseos generados para
desnaturalizarte. Confía y ábrete a tu sabiduría interior, sintiendo lo que
potencialmente ya eres, pues fuiste destinada a florecer para embellecer el
jardín de la existencia “.
Cuentan que mientras
volvía a contemplar cómo el anciano creaba nuevamente sus fantásticos mandalas
con los granos de arena, por lo bajo el niño murmuró: “Seguramente se
llama Tierra porque es allí donde las semillas van para abrirse, crecer y
florecer”.
La Luz, hecha
fragancia, que emana esta colorida historia, es parte de una ancestral memoria
que late en las estrellas y hoy revive en tu corazón, para que en los momentos más
críticos sigas confiando en tu floreciente naturaleza interna y continúes
esparciendo sensibles gotas de consciencia, vibrando intensamente en la
frecuencia del Amor.