Eras mucha mujer para mi, demasiada mujer para mi, yo lo sabía, lo sabía, que eras mucha mujer para mi. ¡Con enjundia mis ojos te abrazaban! ¡Con enjundia mi corazón las más elevadas montañas escalaba! ¡Con enjundia, con enjundia el suspiro en mi sonrisa el rostro del beso pincelaba! y un temor, un temor de esos que hacen acrobacia con los sueños me movía drasticamente la almohada.
La tristeza me embarró sus penas, y ese amor, ese amor, ese amor que adiestraba al eco, me hizo saber que las manecillas del destino son mazos que inculcan lamentos en la garganta cuando la suerte cambia.
Hay arrugas en mi cuerpo hay miedo en mi vejez, tengo años de silencio de soledades, de hiel.
Amarga viene conmigo invitándome a beber del elixir de la muerte en un vaso de papel.
No tengo ningún apuro por embriagarme ¿Lo ves? Aunque mis años me duelan tengo tiempo a recorrer la final la concedida la sorpresa de beber de los cuencos de la vida sin que me corra el ayer.
Eras mucha mujer para mi, demasiada mujer para mi, yo lo sabía, lo sabía, que eras mucha mujer para mi. ¡Con enjundia mis ojos te abrazaban! ¡Con enjundia mi corazón las más elevadas montañas escalaba! ¡Con enjundia, con enjundia el suspiro en mi sonrisa el rostro del beso pincelaba! y un temor, un temor de esos que hacen acrobacia con los sueños me movía drasticamente la almohada.
La tristeza me embarró sus penas, y ese amor, ese amor, ese amor que adiestraba al eco, me hizo saber que las manecillas del destino son mazos que inculcan lamentos en la garganta cuando la suerte cambia