El perdón es un regalo que me doy. Cargar el equipaje emocional de las ofensas percibidas que otros me puedan haber causado, sólo sirve para hacerme sentir más abatido. No tengo que incluir a esas personas en mi experiencia presente si no es saludable para mí el hacerlo. Aferrarme a las heridas las mantiene abiertas y evita que sanen.
Así que reexamino todo aquello a lo cual me aferro, confiando en lo divino según exploro sentimientos de temor o dolor. Cuando hago las paces con mis sentimientos, su atadura en mi corazón cesa, y estoy receptivo a actividades nuevas y más afables en mi vida. Sólo yo soy responsable por el poder que permito que las acciones de otros tengan sobre mí. Por lo tanto, me doy el regalo del perdón.
Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.—Mateo 6:12
Cuando leo un libro o un artículo, a menudo leo acerca de las experiencias de otra persona. La gente sufre pérdidas, celebra victorias y toma decisiones que cambian y determinan sus vidas. Del mismo modo, yo creo mi historia mediante las decisiones que tomo y la manera en que vivo.
Tal vez mi historia refleje valor, bondad o creatividad. Quizás inspire a otros a querer alcanzar sus metas y sueños. Cada día añado una página a la historia de mi vida, y determino hacerlo conscientemente. Si deseo comenzar un capítulo nuevo, lo hago sabiendo que cuento con la ayuda de Dios. Al confiar en Su espíritu morador, acojo cada día con el anhelo de crear una vida significativa.
Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras son hechas en Dios.—Juan 3:21
Junto al Espíritu divino, voy paso a paso hacia mi bienestar.
Soy un ser espiritual en un cuerpo físico en un mundo tridimensional. El orden divino que rige el universo y mantiene a los planetas, las estrellas y el sol en sus órbitas, también obra en mí. Doy gracias por mi cuerpo y determino vivir sanamente. Hago ejercicios con regularidad, consumo alimentos nutritivos y tomo tiempo para descansar.
Bendigo mi cuerpo. Tengo presente que la vida divina se expresa en mí y por medio de mí. Compartir mis dones y talentos también forma parte de vivir sanamente.
Doy y recibo, trabajo y juego, interactúo con otros y guardo tiempo para mí mismo. Acepto conscientemente mi experiencia espiritual —oro, escucho, aprendo y crezco. Doy gracias porque vivo en Dios y Dios en mí.
Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo.—1 Corintios 6:20