Que esta noche me duerma bajo un manto de olvido, ajena al desamor, al encono y la saña, considerando a aquel que nunca me ha querido, sorda a la mezquindad y a la torcida maña.
Que el corazón regule cadencioso el latido para que no lo alteren mentiras o patraña; que el alma, dadivosa con los que no lo han sido, se entregue por entero, aun a la gente extraña.
Que todo sentimiento impropio me abandone, y acallado el deseo de ser yo, a mí renuncie, hasta la misma ofensa más infame perdone, quedando desde entonces en beatífica paz, y que un plácido sueño redimidor me anuncie que la pasión humana no ha de vencerme más.
Marilina Rebora
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