dentro de esta pequeña habitación.
Nadie llama a la puerta, pero si alguien
–después de tanto tiempo ya– viniese,
no me levantaría para abrirle.
Ni sé cuándo es de noche, ni tampoco
si el sol se ha acercado últimamente.
No recuerdo por qué cerre la puerta.
Tal vez podría abrirla y encontrarme
entonces con aquello. O tal vez
sea mejor así. Y siga siendo
esta duda una forma de esperanza.
Diego Miguel Núñez Vaya