Me lanzo en un abrazo de baile en vientos. Señalo a la luna; no indico su voz ni su verbo. La arena de la mujer que me aprisiona, marca en la clepsidra, la buena espera, la hora inmediata del encuentro sin tiempo. Vuelve el gesto repetido otras veces, que empieza en el ala de un pájaro y termina en tus manos de agua. Acaso la unción de tu cuerpo deambule hasta el tedio por mis venas sordas. Tu sonrisa se envuelve en el camino de la noche desierta. No hay dulzura de pan que no te encuentre en mi boca abandonada de mieles. El aullido del mar, el réquiem de Mozart duelen igual que la certeza de que nuevamente el final es un poema. Ah, si no sufriera tanto, cada tanto cada vez menos, pero más.
Esteban Charpentier
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