¿Por qué dejaste de amarme?
La mujer de ayer, de hoy y de todos lo tiempos, se ha preparado desde el mismo momento de su nacimiento para ser la mejor esposa, la mejor amante, la mejor amiga, la mejor compañera, consejera y protectora, la mejor madre, la abuela más comprensiva y la mejor hija o hermana, en materia del amor se hace experta y también se ha capacitado para ser la mejor maestra, profesora, instructora o facilitadora, o como quiera que le queramos llamar, para dar a sus seres queridos, la más alta y refinada calidad de sus sentimientos.
Obviamente que esos sentimientos de la mujer, están muy bien definidos por ella misma y delimitados para darlos a cada cual, no los dosifica ni los cosifica para entregarlos a cualquier hora del día o de la noche los 365 días del año y más… a sus semejantes.
La mujer siempre está dando algo de su vida a alguien, nunca cesa de dar y dar y volver a dar a manos llenas todos los valores que se rebosan en el cáliz de su hermoso corazón: A los hijos, al esposo, a los padres, a los hermanos, a los amigos, etc. Parecería que entre más cosas entrega, más cosas le nacen en el alma para dar, pero...
El corazón a veces se cansa de tanto dar y no recibir. Le salen callos en las manos a la mujer y callos en el corazón de tanto dar y recibir poco, o no recibir nada a cambio. En muchos momentos desea saquear a quienes dio demasiado, y sus ojos se convierten en una noche que vive esperando y soñando en más de lo que a ella le pueden dar.
¿Qué pasa cuando una mujer se entrega demasiado, sobre todo al hombre que deja de amarla? … ¡El acabóse total!
Su vida se transforma en una cadena de penas y sinsabores, hace las cosas porque las tiene que hacer, pero las hace sólo por obligación y no por devoción. Y lo que es peor, se vuelve una cantante perfecta de lamentos diarios: ¿Por qué ya no sientes nada, si yo te entregué todo de mí?, “Te atendí en todas tus solicitudes”, “Te cuidé siempre”, “Te fuí fiel”, “Te protegí”, “Te ayudé”, “Te consolé”, “Te arropé con todo mi amor y mi cariño”… ¡Eras mi vida! ¿Por qué dejaste de amarme si yo te adoraba.
La mente, la razón atormentada y el corazón destrozado de la mujer no puede entender, ni comprender ni asimilar, qué fue exactamente lo que pasó allí; por qué su pareja se alejó de pronto, dejó de buscarla, dejó de mimarla, dejó de hablarle incluso, demostrándole así, su marcado desinterés.
Obviamente que en ese estado tan lamentable, algunas mujeres se dejan morir en vida al haber perdido el sentido, el rumbo, la dirección de su existencia, y… ¡Hasta su motivo de vivir! Se convierten de la noche a la mañana en mujeres tristes, sin luz y fuerza, sin carisma, sin alegría ni fe, ni esperanza, ni voluntad ni ganas para decir ni decidir… ¡Quisieran huir de todo, de todos y hasta de sí mismas!
No quieren entender esas mujercitas de luz, que si su hombre optó por andar de “coscolino”, si ha decidido andar de “picaflor” y de aventura en aventura, su vida misma se convertirá en eso: ¡Una aventura pasajera! Si el hombre prefiere andar buscando en otro lado lo que ya tiene de sobra en su casa, es él quien se pierde de su mujer, de su hogar y de su casa… ¡Ella no ha perdido gran cosa!
La mujer, no tiene ninguna necesidad de andarle rogando a su casanova picaflor, ni razones válidas tiene de andarle buscando, ni andarse humillando y dejándose pisotear de la peor forma. No tiene por qué denigrarse ni rebajarse para implorarle y suplicarle que vuelva ¿Para qué desear que vuelva? ¡Puf; ni que valiera tanto la pena!
Tenemos que ser fuertes, valientes y realistas, aprender a sentir alto y mirar claro, pensar que la vida no termina cuando alguien dejó de amarnos y que después de todo, tener la firme convicción de que al saber perder con dignidad, a veces se gana más, ello nos dará a parte la dicha extra e infinita de saber que nadie le amará, como nosotras le amamos.
Eskarlata
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