- Cada vez que camino por aquí, comprendo mejor la verdadera
dimensión del ser humano, pues su espacio abierto me permite
ver lo pequeños que somos ante Dios.
Cuando contemplo sus arenas, imagino a los millones de
personas en el mundo que fueron creadas iguales, aunque no
siempre el mundo sea justo con todas. Sus montañas me
ayudan a meditar. Al ver el sol nacer en el horizonte, mi alma
se llena de alegría, y me aproximo al Creador.
El misionero dejó al hombre y volvió a sus quehaceres diarios.
Cual no fue su sorpresa al encontrarlo a la mañana siguiente
en el mismo lugar y en la misma posición.
-¿Ya transmitió al desierto todo lo que le dije? - preguntó.
El hombre asintió con un movimiento de cabeza.
- ¿Y aún así continúa llorando?
- Puedo escuchar cada uno de sus sollozos. Ahora llora
porque pasó miles de años pensando que era completamente
inútil, y desperdició todo ese tiempo blasfemando contra Dios
y su destino.
- Pues explíquele que, a pesar de que el ser humano tiene una
vida mucho más corta, también pasa muchos de sus días
pensando que es inútil. Raramente descubre la razón de su
destino, y casi siempre considera que Dios ha sido injusto
con él. Cuando llega el momento en que, finalmente, algún
acontecimiento le demuestra el porqué y para qué ha nacido,
considera que es demasiado tarde para cambiar de vida, y
continúa sufriendo. Y, al igual que el desierto, se culpa por
el tiempo que perdió.
- No sé si el desierto me escuchará - dijo el hombre. Él ya está
acostumbrado al dolor, y no consigue ver las cosas de otra
manera.
- Entonces vamos a hacer lo que yo siempre hago cuando
siento que las personas han perdido la esperanza. Vamos
a rezar.Ambos se arrodillaron y rezaron; uno se giró en
dirección a la Meca porque era musulmán, el otro juntó las
manos en plegaria porque era católico. Cada uno rezó a su Dios,
que siempre fue el mismo Dios, aunque las personas insistieran
en llamarlo con nombres diferentes.
Al día siguiente, cuando el misionero retomó su paseo matinal, el
hombre ya no estaba allí. En el lugar donde acostumbraba a abrazar
la arena, el suelo parecía mojado, ya que había nacido una pequeña
fuente.
En los meses subsiguientes, esta fuente creció y los habitantes
de la ciudad construyeron un pozo en torno de ella.
Los beduinos llaman al lugar "Pozo de las lágrimas del desierto".
Dicen que todo aquel que beba su agua conseguirá transformar
el motivo de su sufrimiento en la razón de su alegría: y terminará
encontrando su verdadero destino.