La ladrona del sueño








¿Quién ha robado el sueño de los ojos del niño? Yo lo descubriré.
La madre había ido al pueblo vecino a buscar agua, con el cántaro
abrazado a la cintura.
Era mediodía. Los niños habían interrumpido sus juegos, y los
patos, en la charca, habían callado.
El pastorcillo dormía a la sombra de la higuera.
La grulla, grave e inmóvil, permanecía de pie en el estero del
bosque de mangles. Fue en este momento cuando la ladrona se
acercó a coger el sueño de los ojos del niño y se lo llevó volando.
Cuando la mamá volvió, se encontró al niño gateando por todos
los rincones de la estancia.
¿Quién ha robado el sueño de los ojos del niño? Quiero saberlo.
Quiero encontrar a la culpable y encadenarla.
Iré a ver aquella cueva oscura donde un minúsculo arroyo discurre
por entre los terribles pedruscos.
Buscaré entre las sombras soñolientas del bosquecillo de bakula,
donde, en las noches estrelladas y quietas, las ajorcas tintinean en
los pies de las hadas.
Por la tarde, en el bosque, mis ojos escrutarán la susurrante soledad
de los bambúes. Allí las luciérnagas prodigan sus luces y preguntaré
a todos los seres que encuentre: ‘¿Podéis decirme dónde vive la
ladrona del sueño?’
¿Quién ha robado el sueño de los ojos del niño? Yo lo descubriré.
¡Si la alcanzo ya le daré trabajo! Asaltaré su nido y veré dónde
guarda todos los sueños robados.
Le arrebataré su botín y me lo llevaré conmigo.
Luego ataré fuertemente las alas de la ladrona y la dejaré al borde
del agua. ¡Que se divierta pescando con un junco entre los nenúfares!
Y al atardecer, cuando el mercado del pueblo haya acabado y los
niños descansen en el regazo de sus madres, entonces los pajarracos
de la noche la aturdirán con sus burlas:
‘Ea, ¿a quién le robarás el sueño ahora?’







