TORSTENWIESEL, PREMIO NOBEL DE MEDICINA; NEURÓLOGO Y PSIQUIATRA
"La confesión católica es un invento genial"
Tengo 82 años, pero hace 50 que visto la misma talla de pantalones. Nací en Suecia: me enternece ver a los papás empujando cochecitos de bebé en el parque mientras las mamás trabajan. En Suecia yo era un socialdemócrata esperanzado; en EE.UU. soy un ciudadano enfadado más. La culpa sólo tiene sentido si nos obliga a intentarlo otra vez
LLUÍS AMIGUET - 27/04/2006
- Yo me crié en un manicomio. Mi padre era psiquiatra y mi hermano padecía esquizofrenia y estaba internado. Toda la familia vivíamos en aquel hospital.
- ¿El ambiente no le afectaba siendo niño?
- Al contrario. Recuerdo horas felices jugando al fútbol con los enfermos mentales y también compartiendo muchos buenos momentos en juegos de mesa y cantando. Tenía allí muchos amigos y me querían.
- Fue lógico que se hiciera psiquiatra.
- Entonces, la verdad, yo no era un buen estudiante. Lo único que puedo citar con orgullo académico de aquella etapa de mi vida fue que conseguí dirigir el equipo de atletismo de mi instituto.
- Ya es algo, doctor.
- Pero a los 17 años empecé a leer libros de investigación y me interesé por la ciencia.
- ¿Por qué?
- Me interesaba el reto de descubrir. La psiquiatría, además de una tradición familiar, se convirtió así en una intensa vocación. Recuerde que entonces no teníamos antidepresivos y que la esquizofrenia de mi hermano tampoco tenía medicación. Yo presenciaba abismos de sufrimiento.
- ¿Ha cambiado mucho el panorama?
- Ni la depresión, ni la esquizofrenia ni el alzheimer tienen todavía cura, pero sí pueden ser tratados con paliativos que marcan una gran diferencia. Comencé a investigar mientras me convertía primero en médico y después en psiquiatra. Dediqué mi primer año a estudiar la esquizofrenia, pero vi que aquello no era suficiente.
- ¿Por qué?
- Toda mi vida había visto a mi padre rodear las enfermedades mentales y sus causas sin entrar nunca en la caja negra...
- ¿La caja negra?
- ¡El cerebro! Todas las respuestas tenían que estar allí y sin embargo no sabíamos nada sobre él. Me propuse abrir la caja negra del ser humano o por lo menos intentarlo.
- ¿Cómo?
- Teníamos el maravilloso trabajo pionero de Ramón y Cajal, el padre de la neurología. Debíamos profundizar en él. Empezamos a trabajar en equipo y al poco tiempo recibí una oferta de la Universidad John Hopkins para investigar en EE. UU.
- Buen empujón.
- Pero no sólo por la oportunidad académica. En cierto modo, tuve que volver a rehacer todas mis conexiones cerebrales. Fue un enorme shock cultural y todo mi cerebro se adaptó con esfuerzo a los nuevos valores.
- ¿Y ese shock fue bueno?
- Fue necesario. Cuando nacemos, el cerebro es como una enorme página en blanco en la que puedes escribir con tinta indeleble. La experimentación demuestra que, entre los seis meses y el año, nuestra capacidad para aprehender fonemas es sorprendente...
- ¿Fonemas?
- ¡¡¡Ba, be, bi, bu, bu, bu!!!
- El balbuceo de los bebés.
- En realidad, los bebés están experimentando así con los sonidos. A los dos añitos ya pueden empezar a hablar, pero por eso mismo han perdido esa capacidad de aprender inicial. Y es que la página de sus mentes comienza a estar escrita poco a poco. Van aprendiendo una lengua, pero ya no son capaces de interpretar todos los fonemas. A medida que aprendan su propia lengua, les será más difícil aprender otras.
- Aquí nos jubilamos aprendiendo inglés.
- Yo creo que con el resto de conocimientos de la vida sucede lo mismo que con el lenguaje. A medida que afianzas tus conocimientos, te resulta más difícil aprender otros. El cerebro se va especializando.
- Pero se puede aprender toda la vida.
- ¡Por supuesto! Pero entonces se requiere un cierto shock que te obligue a replantearte tu visión del mundo. En ese sentido le hablaba de mi viaje a América. Me obligó a rehacer mis esquemas mentales y en el proceso aprendí muchísimo. Por eso, el sufrimiento o las conmociones personales también son una forma de aprendizaje y crecimiento personal. A veces hay que fracasar para crecer.
- Lo que no logra destruirte te fortalece.
- Al menos mentalmente, sí. Tras la John Hopkins, nos hicieron una oferta de Harvard y allí intensificamos el trabajo de investigación que premiarían con el Nobel.
- ¿En qué consiste?
- Nos lo dieron por nuestros descubrimientos en el proceso de información en el sistema visual. Avanzamos en describir la especialización de las funciones cerebrales.
- Enhorabuena.
- No me la dé. El cerebro todavía es el jardín del Edén para los investigadores. Está todo por hacer: todavía no sabemos ni cómo aprendemos, ni cómo olvidamos ni cómo recordamos. Desconocemos los mecanismos que desencadenan las enfermedades mentales. Y tampoco sabemos nada sobre los mecanismos mentales del odio y del amor.
- ¿Se imagina poder trasplantar las neuronas del amor al hemisferio del odio?
- Todo es imaginable porque todo está por hacer en la ciencia del cerebro.
- ¿Tiene usted algún consejito de higiene mental?
- A menudo la gran diferencia en nuestras vidas la marca el modo en que nos tratamos a nosotros mismos.
- ¿En qué sentido?
- Creo que demasiadas veces somos demasiado severos juzgándonos. Cuando fracase admítalo en seguida, pero dese en seguida también otra oportunidad. En ese sentido, sin entrar a juzgar su trascendencia espiritual, la confesión católica es un invento genial: un gran instrumento de higiene mental.