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CUENTOS: EL VENDEDOR DE JUGUETES... Cuento de navidad
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De: ESKARLATA  (Mensaje original) Enviado: 08/06/2009 15:39

 

El vendedor de juguetes

 

A mediados del mes de diciembre, en la plaza mayor de México y por el lado norte del Zócalo, se levantaban los puestos que surtían de dulces y chucherías a las fiestas navideñas.

Numerosos grupos de gente se veían al frente de aquellos puestos que ostentaban en sus mesas muchas curiosidades de distintas materias; desde las de quebradizo barro hasta las de duro fierro estaban allí, labradas por la paciencia del hombre y revestidas de colores.

Aquellas mesas parecían una infatigable ruleta que giraba en derredor de los curiosos con vertiginosa precipitación, formando variadísimas figuras, mosaicos caprichosos que divertían las miradas de los niños: un pastor, una pastora, una virgen, un San José, una mula o un portal de tejamanil pintado y adornado con el sol, la luna y un cometa, nubes y estrellas de distintas magnitudes...

Se veía por ahí un puesto de apariencia humilde con su consabida mesa al frente, vestida con un lienzo blanco, encima de la cual se había colocado una pequeña escalera hecha con cajones.

Resaltaba entre los demás juguetes de Navidad, un Niño Dios de pasta, barnizado, güero, con sus cairelitos echados sobre los hombros, con unas hermosísimas facciones, entre las que resaltaban sus negros ojos de esmalte, cercados por una espesa y remangada ceja, su finísima boquita y sus labios de encendido color, vestido con una curiosa tuniquita azul, y asomando sus manecitas y sus piececitos muy bien pintados y gordos.

Dentro de aquel puesto, y al cuidado de todas aquellas chucherías había tres personas: un hombre, una mujer y una pequeña niña, de pobre aspecto, pero muy aseados de sus ropas.

 

La pequeña niña, a quien sus papás daban el nombre de Angelita, no quitaba ni un momento la vista de aquel niño, del que estaba enamorada desde el primer día que formó parte del botín de Navidad, en el puesto de su padre.

Cada vez que algún chico o chica se acercaba al puesto y preguntaba el precio del Niño Dios, ella se ponía pálida. Se le figuraba que ya se lo iban a separar de allí, que se lo arrebataban de las manos, o al menos de su vista, siendo que en dicho niño había reconcentrado todo su inocente cariño.

Su padre lo había comprendido todo, y temeroso de que su niña se enfermara el día en que tuviera que vender aquel Niño Dios, dispuso quedarse solo en el puesto para poder obrar libremente en su negocio, y hacer olvidar a su pequeña hija lo que era causa de aquella inocente pasión. Así fue como al otro día ya no se vio por el puesto de juguetes ni a la señora ni a la niña.

 

Todas las noches Angelita esperaba ansiosa el regreso de su padre. Cuando descargaba la pesada caja de juguetes, se acercaba a ella buscando al Niño Dios. Su tristeza, que durante el día la había agobiado, se convertía en regocijo y como si fuera de verdad, lo acariciaba y arrullaba con verdadera ternura, jugando con él y con sus graciosos cairelitos, ataviándolo a su satisfacción como a su Rey.

Llegó la víspera de Nochebuena. El padre de Angelita se encontraba descontento, pues lo que había ganado no le alcanzaba para la cena de vigilia. Ya le quedaban poco juguetes, no se decidía a comprar más por el temor de quedarse con ellos y perder su dinero, ya que eran cosas que sólo sirven de año en año. Su única esperanza era vender bien el Niño, pero al mismo tiempo no quería lastimar a su hija. Con esos tristes pensamientos acabó el día y regresó a su casa con el Niño Dios.

El pobre hombre preguntó a su esposa:

—¿Qué haremos para poder comprar todo lo necesario para festejar la Navidad?

La mujer le contestó:

—Ten paciencia, quién quite y mañana puedas vender al Niño, y así podrías comprar lo de la cena y hasta una piñata para hacerle su posada a la niña.

Al escuchar esto Angelita, se puso trémula y agitada, revelando desde luego la pasión que le tenía al susodicho Niño, y sin poderse contener prorrumpió en doloroso llanto, rogándole a su padre que no lo vendiera.

El padre le besó la frente y la acarició bastante diciéndole que a cambio de aquel Niño le traería una libras de colación fina y su piñata, para que jugara con ella a la siguiente noche.

A la muchas súplicas y convencimientos del señor, su papá, procuró Angelita manifestar aparentemente su conformidad; pero ya no había remedio, el corazón de la niña estaba enfermo...

Durante el día, su padre vendió cuánto pudo de juguetitos inferiores que no llegaban a completar la utilidad que se deseaba. Así es que no había más recurso que procurar la venta del Niño, aunque para el pobre padre era un tormento deshacerse de él, por el tiernísimo cariño que le tenía Angelita. Mas no había otro recurso, las horas avanzaban sin provecho alguno, hasta que por último volvió a sacarlo al puesto, pues ya lo había separado, y sin embargo, el afligido padre vacilaba en si lo vendería o no. En esos momentos se le presentó un nuevo postor, ofreciéndole mucho más de lo que Niño valía, a lo que accedió el padre en vista de los diez pesos que recibió por él.

Llegó la noche, recogió los juguetes que le quedaban y llenó el cajón con todo lo que pudo comprar pensando hacer feliz a su familia.

Al llegar a su casa empezó a sacar del cajón todo lo que traía para celebrar la última posadita: la piñata y los farolitos para Angelita. También lo necesario para que su mujer preparara la cena: romeritos y camarones secos para el revoltijo, betabel para la ensalada, guayabas, pasas de capulín y canela para el ponche, una bolsa llena de colación y vinos, de jerez y tinto.

Todo vio salir Angelita del cajón, todo menos a su adorado Niño Dios. Comprendiendo que su padre lo había vendido y no queriendo que la viera llorar, disimulando su pesar, le pidió permiso para hacer una siesta mientras su mamá preparaba la cena.

Sus padres consintieron en que la niña se fuera a dormir; la mamá se fue a la cocina y el papá se puso a colgar la piñata y los farolitos.

Cuando todo estuvo listo la llamaron, pero como no contestó pensaron dejarla dormir otro rato para que se levantara más contenta y después de cenar se entretuviera en romper la piñata.

Por fin llegó el anhelado momento de la cena y los padres decidieron ir a despertarla. Por varias veces la tocan, tocándole el rostro, y con inexplicable sorpresa ven que no responde, porque ya duerme el sueño eterno.

¡Pobre niña! Murió de amor por la tristeza de verse sin aquel Niño Jesús en quien había puesto todo su cariño durante las posadas. Para sus infortunados padres, fue una amarga Nochebuena la de ése 24 de diciembre, al comprender que...

La Nochebuena se viene,

la Nochebuena se va,

y Angelita se había ido,

para no volver jamás.

 

 

***

Para reflexionar

" Mientras haya un niño con hambre, o un pobre que no tenga pan, podremos tener fiestas, ¡pero no tendremos Navidad!."



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