LISA APPIGNANESI: PERIODISTA Y ESCRITORA
"Competimos por ver quién sufre más"
Prefiero no saber cuántos años tengo. Nací en Polonia, vivo en Londres y crecí en Canadá. Licenciada en Literatura. Vivo en pareja y tengo dos hijos. Hay que pensar y no reaccionar de forma visceral porque entonces decimos palabras muy fuertes y en voz muy alta: terrorismo, derecha, izquierda, antisemitismo. Soy agnóstica
IMA SANCHÍS
-¿Creció usted como una extraña?
- Sí, una extraña dentro de mi propia historia familiar. Pero visto con perspectiva resulta positivo, porque cuando uno está en el centro de las cosas no puede reflexionar sobre ellas.
- ¿Cómo se viven los traumas ajenos?
- Tanto lo que se dice como lo que se esconde lo acabas viviendo. Mi padre, que nunca hablaba de sus experiencias como judío en la guerra, evidenciaba sus traumas cuando teníamos que pasar una frontera. Se ponía rígido, comenzaba a sudar y desconfiaba de todo el que llevara uniforme. Pero mi madre hablaba y sonreía a los policías.
- ¿Vivencias distintas?
- Sí. Ella sí hablaba de la guerra, pero no eran historias de victimismo, sino de ingenio y supervivencia.
- ¿Su padre y su madre vivieron experiencias diferentes?
- Sí. Físicamente mi padre era un judío típico, no pasaba inadvertido y acabó en el gueto y los campos de trabajo. Mi madre, de aspecto germánico, pasaba por polaca.
- Algo más debe de haber...
- Mi madre era valiente y utilizaba el humor y la amabilidad para ganarse a la gente. Consiguió papeles falsos para poder trabajar. Durante un tiempo pudieron vivir juntos, simulando que mi padre era un realquilado en casa de mi madre.
- ¿Hay algún otro miembro familiar que sea importante en su historia?
- Mi tío materno era la figura heroica de la familia, salvó a muchos judíos hasta que desapareció. Para mi madre siempre estuvo latente la búsqueda del hermano perdido. De mayor tuvo alzheimer y si por la tele veía un joven de la edad de su hermano cuando desapareció, gritaba: ¡Mirad, ahí está!
- ¿Todo eso está en usted?
- Sí, nos vamos creando a partir de las personas que nos rodean, nos nutrimos unos de otros.
- ¿Hay en usted alguna herida ajena?
- El miedo a los formularios. Aunque escriba la verdad sobre mí, me atenaza el peso de la mentira, como si estuviera ocultando algo. Mi madre contaba historias, y entre lo que ocurrió y lo que se inventaba, esos relatos le permitieron seguir adelante. Seguramente eso es lo que me convirtió en escritora.
- Cuénteme el último día de su padre.
- Transformó en su mente el pabellón hospitalario donde yacía en un campo de las SS. Los utensilios médicos eran para él instrumentos de tortura. Creía que yo era otra persona, me hablaba en yiddish, un idioma en el que no se había dirigido a mí desde mi niñez.
- ¿Qué le decía?
- Ayúdame a escapar, me suplicaba. Mi madre era para él una puta al servicio de las tropas. Quería huir de los nazis y de la muerte, dos palabras sinónimas para él. Así afloró en él lo que durante 40 años estuvo enterrado.
- Hay cierta vergüenza por parte de las víctimas en lo vivido…
- Un día mi padre estaba ayudando a sus nietos a hacer los deberes y les contó que durante la guerra acabaron comiendo excrementos. Les explicó cuáles tenían nutrientes y cuáles no. Los niños se lo tomaron a broma y mi padre, en lugar de argumentar, se marchó y no volvió a hablar jamás del tema.
- ¿Un pasado humillante que volvía?
- Por mi implicación en la causa de autores perseguidos, trato con escritores que buscan asilo político, y es corriente que fuera de su contexto (donde lo que han vivido ni se imagina) mientan, temen que los demás no los tomen en serio, e inventan otras cosas para que a su interlocutor le resulte más fácil ponerse en su piel.
- Cuesta de entender ese sentimiento de culpabilidad de la víctima.
- La víctima, en muchas ocasiones, se identifica con el agresor: prisioneros con carceleros, judíos con nazis, negros con blancos, mujeres con hombres machistas. Asimilan tanto la vergüenza de ser esos que los otros consideran inferiores, que acaban creyendo que están oprimidos por ser inferiores. La víctima siempre se ha avergonzado de serlo.
- Ahora parece lo contrario.
- Sí, ahora estamos en una sociedad en la que ser víctima es algo que merece respeto.
- ¿Las heridas de guerra provocan envidia?
- Los judíos se sienten unidos por el holocausto. Haberlo sufrido o tener a alguien cercano que lo haya sufrido otorga una especie de categoría. En los ochenta las mujeres se levantaron como mujeres oprimidas, de manera que lo que las definió como grupo es lo que les hacía sufrir. Hoy a los colectivos les une el sufrimiento.
- ¿Y?
- Las personas que no tienen un sufrimiento excesivo sienten que si lo tuvieran habría algo que justificaría su infelicidad, y es ahí donde aparece la envidia de causa.
- Perverso.
- Es una perversión de la felicidad.
- Parece que haber sufrido violencia no te vacuna contra la posibilidad de ejercerla.
- Israel se crea de forma artificial con gente que se ha sentido víctima hasta un extremo increíble y no puede desprenderse de ese pasado. Esto, unido a que hoy ser víctima nos enaltece, provoca una batalla entre israelíes y palestinos para ver quién sufre más.
-....
- Cuando la historia llega a este punto no hay otra salida que cortarlo de raíz. Recrearnos en lo que vivimos nos impide hacernos responsables de lo que estamos haciendo. Además, la generación que está actuando ahora en Israel no es la que sufrió el exterminio, es la siguiente, ellos son los que están mitificando el pasado y aumentando la rabia.
DESMITIFICAR
Es atrevida en sus percepciones sobre lo judío y lo palestino, sobre lo que ha significado el holocausto para la generación que hoy está asentada en la sociedad. No hay nada banal en lo que dice, por ejemplo, que hoy el victimismo está de moda. Es una experta en Freud, forma parte del comité de dirección del Freud Museum, Chevalier de l´Ordre del Arts et des Lettres y vicepresidenta del English PEN, implicada en la causa de los autores perseguidos. En ´Los muertos perdidos´ (Península) cuenta, a través de la historia de su familia, la de los judíos que sobrevivieron fuera de los campos. Y lo hace sin adornos y sin piedad. "Mientras no logremos una narrativa histórica más o menos justa, los políticos la van a utilizar. Es necesario revisar la historia familiar para no mitificarla".