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CULTO Y CULTURA: HISHAM MATAR · ESCRITOR "Un día miré el Sena y pensé: ¿por qué no?"
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De: ESKARLATA (Mensaje original) |
Enviado: 10/06/2009 09:33 |
HISHAM MATAR · ESCRITOR "Un día miré el Sena y pensé: ¿por qué no?"
HISHAM MATAR · ESCRITOR
"Un día miré el Sena y pensé: ¿por qué no?"
IMA SANCHÍS - 16/03/2007
Tengo 36 años. Casado. Nací en Nueva York, de padres libios, y he vivido en Libia, El Cairo, París y Londres. Estudié Diseño e hice un aprendizaje de Arquitectura. Me pone triste la intolerancia y la falta de compasión, un rasgo intelectual que no se valora bastante. Lucho por ser y vivir el momento mismo. Me inspira la tradición sufí
- ¿Cuándo se acabó su infancia?
- Cuando me fui de Libia a los 9 años. Cuando supe que las cosas podían cambiar repentina e irrevocablemente. Viví en Egipto, y aunque era un país vecino, yo allí era un forastero. Intenté integrarme, perfeccioné el dialecto hasta el punto de que la gente no se daba cuenta de que era extranjero.
- ¿Y por qué hacía todo eso?
- Tenía claro que no íbamos a volver a Libia pese a que mis padres insistían en que las cosas cambiarían. Una de las grandes diferencias entre adultos y niños es que para los niños el presente es eterno, y ésa es una forma de afrontar el mundo más elevada.
- Antes de la revolución de Gadafi su padre era coronel del ejército real.
- Para quitárselo de encima, Gadafi le envió a una misión diplomática a la ONU, en Nueva York, de la que mi padre dimitió y volvimos a Libia seis años más. La situación fue degenerando y mi madre insistió en que nos fuéramos. Siempre le estaré agradecido.
- Diez años después, en 1990, secuestraron a su padre.
- Sí, y hasta el día de hoy no sabemos si está muerto o vivo.
- ¿Por qué lo secuestraron?
- Era uno de los disidentes políticos libios más importantes, tenía influencia internacional y el respeto de muchos gobiernos de la región. Una clara amenaza para Gadafi.
- ¿Nunca más volvieron a saber de él?
- Creíamos que estaba preso en Egipto, eso nos dijo la policía secreta argumentando que se oponía a un país amigo. Nos advirtieron que la garantía de su libertad era nuestro silencio, y callamos. Tres años después, un amigo nos trajo una carta suya y una grabación desde la prisión de Abu Salim, en Libia.
- ¿Y qué les contaba?
- Describía con mucho detalle todo lo que le había pasado. Era como una bomba en mi escritorio; en los últimos catorce años sólo he conseguido escuchar la cinta tres veces.
- No debe de ser fácil...
- Con sus palabras nos hace un gran favor a mi madre, a mi hermano y a mí porque nos lo cuenta todo, no intenta evitarnos el sufrimiento y es incluso gracioso. Esa carta y esa cinta me provocan mucho dolor pero también me dan algo así como consuelo.
- ¿Consuelo?
- Durante mi niñez me resultó difícil aceptar que la máxima preocupación de mi padre no fuéramos nosotros sino su causa. Lo veía como una amenaza, pero ahora lo entiendo porque me pasa lo mismo con la literatura.
- ¿Cómo se vive una desaparición?
- Hay algo muy precario en esta pena sin concluir. Si está muerto: cómo, cuándo. Si sigue vivo: ¿por qué no ha tenido un juicio?, ¿podría verlo? Estábamos muy unidos, lo echo de menos como padre y como amigo.
- ¿Ha sentido alguna vez remordimientos al comparar su situación con la de su padre?
- Sí, toda mi familia los ha sentido. Mi padre era un hombre de gustos muy refinados. De niño pasé muchas horas sentado en un sofá de piel de un sastre en Londres o en Roma con chocolatinas en el regazo porque entendían que debían mantener al niño feliz. Él disfrutaba mucho ese tipo de cosas, así que cuando se lo llevaron no pudimos volver a comer cosas refinadas; a partir de entonces nuestras comidas fueron sencillas.
-... Es casi poético.
- Cuando me instalé en París todo era como un sueño: una ciudad hermosa con la mujer que amaba y la decisión de escribir. Pero me bloqueé y me hundí en una profunda depresión. Un día, atravesando el Sena miré el agua y por primera vez pensé: "¿Por qué no?".
- ¿Cambió su concepción del suicidio?
- Sí, hasta ese día pensaba que las personas que se suicidaban lo hacían de forma metódica. Ahora sé que hay un impulso humano muy profundo de autodestrucción. Recuerdo que me hice una pregunta: "¿Qué quiero?".
- No tiene fácil respuesta.
- Quiero escribir, me dije. Pero si no puedo escribir, quiero estar con mi padre. Los días siguientes comencé a escribir y entendí que la mayor victoria en esa situación angustiosa era pasear por las calles de París sonriendo, bien vestido y feliz; era algo así como la celebración de la resistencia de los seres humanos y también un acto de amor hacia mi padre, porque es lo que él querría para mí.
- ¿Por qué no vuelve a Libia y lo busca?
- Mi instinto me dice: "No lo hagas". No sería la forma de encontrar a mi padre, sino de perder mi propia autonomía. No hay nada que yo quiera de ese régimen dictatorial que ellos no sepan; ir no sería la solución.
- Le robaron a su padre, su casa, su historia, ¿cómo se mantiene alejado del odio y la rabia?
- Esas dos emociones encapsularon mi corazón durante años, pero llegué a entender.
- ¿Qué?
- Que la rabia y el odio no construyen nada. La rabia produce más rabia; cuando te enfadas no te desahogas, multiplicas tu ira; y todo esto es pura ciencia. Entendí que la hondura de mi odio no alcanzaba la profundidad de mi amor por mi padre, que podía sufrir por su pérdida sin odiar. Y me enorgullece no haber tenido fantasías de venganza.
- Vivimos en un mundo de sangrientos desencuentros.
- Es demasiado pedir a las personas que perdonen sin justicia, y es muy importante cómo los opuestos se miran. La mirada tiene que tener compasión y ternura para que lleguemos a alguna parte.
- ¿Qué somos?
- Hermosos y fácilmente corrompibles. Personas amables se convierten en pequeños déspotas debido al miedo. Por eso una parte de mí consigue perdonarlos.
Me dijo que lo que merecía la pena en la vida era vivir el momento y compartirlo, y me dio una lección práctica. No tenía prisa, tras una larga conversación apuró su whisky y seguimos charlando. Elegante en las maneras y en el pensamiento (inteligente, original y sensible), parece uno de esos privilegiados que han aprendido a marcar su propio tiempo. ´Solo en el mundo´ (Salamandra) o ´Al país dels homes´ (La Magrana) cuentan la misma historia: la de Solimán, un niño que vive en la Libia de los setenta, bajo el estruendo de la instalación de la dictadura de Gadafi con su quema de libros, sus torturas y la retransmisión de las ejecuciones por televisión. Es la mirada en el recuerdo de aquel Matar que abandonó ese mundo a los 9 años pero cuyas sombras aún le siguen.
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