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LEYENDAS: RELATOS DE LOS INDIOS AMERICANOS
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De: ESKARLATA  (Mensaje original) Enviado: 25/06/2009 14:14


Mujer Cría de Búfalo Blanco.

Descendió de las estrellas. Vino a muchas tribus, cada una de las cuales la conocía con un nombre distinto. Podéis imaginarla como la vieron por primera vez dos jóvenes cazadores sioux cuando, como un sueño, atravesaba descalza las onduladas colinas de la pradera. Los cazadores habían subido a una de aquellas cimas dispuestos para la caza y acechaban cualquier indicio de movimientos en el extenso y rizado mar de hierba.


A lo lejos, divisaron un punto en el horizonte y lo observaron con atención. Antes de que desapareciera tras la colina que se levantaba ante ellos, sabían que se trataba de una figura humana.
Esperaron en silencio. Al fin, sobre la cresta, apareció una joven cubierta con un hermoso traje de ante blanco que adornaban oscuras púas de puerco espín.
Llevaba una petaca de cuello al costado. Una pluma de águila, prendida en su pelo largo y trenzado, atraía la luz de la tarde recién estrenada. Al ver su extraordinaria belleza, el primero de los indios guerreros manifestó que le gustaría poseer a esa mujer allí, sobre la hierba de la pradera templada por el sol.
Desecha esos pensamientos, dijo su compañero.
Esta mujer es sagrada; quizá sea una aparición; de ningún modo puedes abordarla así.
Sin embargo, vio, con sorpresa, que la mujer vestida de blanco sonreía al robusto guerrero y le decía:
Ven conmigo, tendrás lo que deseas.
Así, el segundo guerrero quedó sólo, de pie en la pradera, y vio cómo su hermano se alejaba caminando y cómo, al parecer, gozaba de la misteriosa mujer tras un turbio remolino de polvo que, por un momento, los ocultó. Cuando desapareció la cortina de polvo, pudo ver a la mujer que, lentamente, componía sus vestidos.
A sus pies, parcialmente descompuesto, yacía un cadáver cubierto de gusanos y escarabajos y rodeado por una nube de ávidas moscas.
En ese momento, Mujer Cría de Búfalo Blanco, que era la forma que había adoptado el Gran Espíritu para enseñar a los pueblos de las llanuras, se dirigió al joven guerrero, ahora solitario, y le dijo:
El hombre que, antes que nada, considera la belleza externa de una mujer, nunca advertirá su belleza interior, pues sus ojos están cegados por el polvo. Sin embargo, quien ve en ella el espíritu del Todopoderoso y contempla primeramente la belleza del espíritu y de la verdad, conocerá a Dios en esa mujer; y si ella decidiera yacer con él, ese hombre participará en el goce con mayor profundidad que el primero.
Tú, al mirarme, no te dejaste cegar por mi belleza; por el contrario, tus primeros pensamientos fueron: "¿Quién es esa hermosa mujer? ¿Qué es lo que confiere a su semblante tanto brillo bajo el sol de la tarde? ¿De qué tierra proviene? ¿Qué noticias nos trae?"
Por eso, amigo, no has de tener miedo; también obtendrás lo que deseas.
Tu compañero y tú simbolizáis los dos caminos que pueden elegir los hombres de una tribu. Si buscáis primero la sagrada visión del Gran Espíritu, veréis lo que ve el Creador y descubriréis así que viene a vuestras manos todo cuanto de la tierra necesitáis. Sin embargo, si vuestra primera preocupación es aseguraros de satisfacer los apetitos terrenos y olvidáis el espíritu, morirá vuestro interior.
En épocas sagradas, la mayoría de los hombres elegían el mismo camino que tú; pero ahora, hay muchos que siguen el camino de tu hermano caído. Lo que viste en la nube de polvo era una vida acelerada; tu hermano vivió muchos años en aquellos momentos en que tú sólo viste un remolino. No sufrió tanto como imaginas. Vivió una vida que muchos, en esta era de olvido, llamarían "plena". Pero estaba dominado por las pasiones y al final, su cuerpo volvió al polvo, pues polvo eran todos sus pensamientos. No sólo había olvidado al Gran Espíritu, sino también su propio espíritu.
No aportó nada significativo ni a mí, ni a la mujer, ni a los pueblos de la llanura.
Entonces el joven cazador le pregunto quien era ella.
Con los ojos negros como pozos nocturnos entre las estrellas, lo miró fijamente, como si sólo con su mirada le diera la respuesta.
Soy el Espíritu de la Verdad, replicó por último.


Nota: Extraído del libro: La Vuelta de las Tribu Pájaro. Ken Carey. Editorial Sirio. Málaga (1991).



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