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LEYENDAS: EL AGUA, EL FUEGO Y EL VIENTO
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De: ESKARLATA  (Mensaje original) Enviado: 25/06/2009 14:24

EL AGUA, EL FUEGO Y EL VIENTO

 

Los dioses celtas estaban en toda la naturaleza: en árboles, lagos, montañas, manantiales, etcétera. De igual forma, esa presencia en el mundo natural, iba muy unida a la idea de fertilidad. El mejor ejemplo es que, por ejemplo en la mitología irlandesa, la unión de un rey mortal con la diosa de la tierra propiciaba la fertilidad de Irlanda. El agua era considerada fuente de vida  y también

de muerte, por lo que los cultos al agua fueron un rasgo predominante en su religión. Tal era así que los ríos poseían su numen y ya desde la Edad de Bronce arrojaban a ellos objetos preciosos como ofrendas votivas y, en la Edad de Hierro, ríos como el Támesis y el Witham recibían, concretamente, objetos marciales: armas, escudos y armaduras. Incluso algunos ríos  se “personificaban” como dioses. El mejor ejemplo es el mito del río Boyne, personificado en la diosa Boann, a quien su marido, Nechtan, él mismo espíritu del agua, convirtió en río como castigo por haberse atrevido a visitar su pozo prohibido “Sídh Nechtan).

      También eran sagrados los lagos y pantanos. Cabe destacar que, por ejemplo, en el yacimiento de La Tène, en Suiza, se crearon específicamente plataformas de madera para poder lanzar objetos preciosos en una pequeña bahía en el extremo occidental del lago Neuchtel.  Allí se encontraron, como ofrendas, desde cientos de broches y escudos, hasta carros y animales. En cuanto a las ciénagas, en ellas se desarrollaban importantes actividades de culto y los celtas intentaban que los espíritus de los pantanos les fueran propicios por medio de ofrendas que llegan incluso a sacrificios humanos. Se cuenta que la ofrenda más impactante realizada en un pantano de Gran Bretaña fue encontrada en Lindow Moss: el cuerpo de un joven muerto a garrote y lanzado desnudo a una charca pantanosa en algún momento de la Edad de Hierro.

      Respecto a los pozos, eran considerados nexos de unión entre la tierra y el mundo de los muertos. La diosa Coventina presidía un manantial y un pozo sagrados en la fortaleza romana de Carrawburg en el Muro de Adriano. Por otro lado el Ciclo de Fionn destaca, al hablar del Salmón del Conocimiento, que el mismo vivía en el fondo de un pozo. El culto a la diosa irlandesa Brigit, que posteriormente pasó a ser una santa cristiana, estaba estrechamente ligado a los pozos sagrados. Finalmente, y respeto a los manantiales, éstos eran venerados para agradecer sus propiedades curativas. Los dos manantiales de Chamalières, en Clermont-Ferrand, poseen minerales con auténticas propiedades curativas. Tal es así que ya en el siglo Y a de Jesucristo, la charca era visitada por devotos enfermos que ofrecían al espíritu que la presidía, imágenes de madera que los representaba a ellos mismos, y en las que se destacaban, particularmente, enfermedades oculares. La deidad curativa británica de mayor importancia fue Sulis, cuyo santuario estaba en Aquae Sulis, el gran templo de Bath, en un lugar donde los manantiales termales salen a borbotones de la tierra a unos 1.130.000 litros al día, según recoge ampliamente Miranda Jane Green, en su obra “Mitos Celtas”.

      Sobre la fertilidad, recordar que la mayoría de las divinidades de la Europa celta, del mundo natural, estaban relacionadas con cultos a la fertilidad. Los espíritus encapuchados y con mantos, conocidos por Genii Cucullati, son un ejemplo. Eran representados portando huevos y algunos hallados en el continente tienen un gran simbolismo sexual.  De igual forma el culto a la madre divina fue muy popular en toda la Europa romano-celta y era frecuente representada por una tríada, y la epigrafía expresa también esta pluralidad aludiendo a las diosas como las Deae Matres o Deae Matronae. Las Matronae germánicas, en vez de símbolos, llevaban frutas para reflejar la fertilidad humana. Se caracterizan porque sus imágenes representan a una joven flanqueada por dos diosas de más edad; un modo de expresar el paso del tiempo en la mujer: la juventud, la madurez y la ancianidad.

   Una de las más bellas, --de las numerosas leyendas--, que los celtas tejieron en torno al agua, es la del hada Venela, quien por amor a un humano renunció a su inmortalidad par adquirir la condición de su amado y, cuando fue abandonada por éste, se convirtió en llanto continuo, en agua que se desliza.

En cuanto al fuego, para los druidas era una manifestación energética de la conjunción del agua, el aire y la tierra, una irradiación palpable de su fuerza interior contenida en lo más profundo de las cosas; una energía que mueve el cosmos y que expresaban por medio de espirales y esvásticas. Los celtas, como casi todos los pueblos del mundo, han sentido una fascinación especial por el fuego. El fuego era el eje de multitud de rituales y la razón, junto con la luz, de la existencia de divinidades solares.

     Como el agua su sentido más fuerte es la vida que irradia su calor; su aspecto purificador y regenerador. En el otro sentido, el opuesto, es símbolo de destrucción. Por ejemplo los fuegos de Beltane, en honor de Bel o Belenos,  se prendían al inicio del estío. Era un fuego benéfico y mágico y su celebración ha llegado hasta hoy por medio de los fuegos de mayo y en los fuegos de San Juan. En la mitología celta suele repetirse el mismo ritual del fuego con el héroe: el personaje queda rejuvenecido y pletórico de fuerzas después de su paso por las llamas. Tras la fiesta de Beltane, los druídas hacía pasar el ganado entre dos fuegos para inmunizarlos de males de ojo y de enfermedades. De hecho el más destacado druida irlandés, Mog Ruith, era calificado como “el domador del fuego”.

   Por supuesto que los materiales utilizados para la confección de hogueras rituales era de soto sagrado celta, es decir, de madera de árboles sagrados, y fibras de cáñamo, cuyos humos provocaba en los presentes unas sensaciones que les permitía acceder, según sus creencias, al Otro Mundo, de donde regresaban renovados y transformados. Hay que recordar que los Tuatha Dè Danann quemaron sus naves al avistar las playas de Irlanda, como muestra de su deseo de permanencia en el país de la diosa Brigit.

    En cuanto al aire, sabían manejar los viento a voluntad y era morada de espíritus y hadas que los druidas utilizaban a su conveniencia. Por ejemplo el soplo del druida Mog Ruith convertía en piedra a los guerreros enemigos, y las druidesas de la isla de Sein conocían un ritual capaz de calmar a los vientos.


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