Hace muchos años, en un reino pequeño, vivía una señora viuda con su hijo.
Cuando creyó que estaba cerca el final de su vida, lo llamó y le dijo:
- “Hemos vivido en dificultades porque somos pobres, pero te entrego
esta riqueza:
este libro me lo regaló un mago poderoso y en sus páginas están todas las
indicaciones necesarias para encontrar un gran tesoro; yo no tuve fuerzas
ni tiempo para leerlo, pero ahora te lo doy. Seguí las instrucciones y llegarás
a ser rico”.
El hijo, tiempo después de la tristeza inmensa por la pérdida de su madre,
empezó a leer aquel libro grueso, antiguo y precioso, que comenzaba así:
“Para llegar al tesoro, debes leer página por página. Si saltas y lees el final,
el libro desaparecerá por arte de magia y no podrás hallar el tesoro”.
Luego, describía las riquezas, pero en la segunda página, el texto continuaba
en lengua árabe. El joven, que ya se imaginaba rico, pero que no quiso correr
el riesgo de que otro se enterara, se puso a estudiar árabe, hasta que pudo
leer sin problemas. Más adelante, advirtió con sorpresa, que el libro continuaba
en inglés y, después, en chino. Con paciencia, estudió cada idioma.
Mientras tanto, aprovechó el conocimiento de varias lenguas y empezó
a ser conocido como el mejor intérprete de su ciudad, con lo que su situación
económica ya no era tan difícil.
El libro seguía con instrucciones para administrar el tesoro. El joven, con
mucha voluntad, estudió economía y comercio y se capacitó también sobre bienes
muebles e inmuebles, para que no lo engañaran cuando tuviera el tesoro. Por sus
nuevos conocimientos, su fama se extendió hasta la Corte, donde lo nombraron
Administrador General.
Finalmente, el libro indicaba cómo usar instrumentos para llegar al lugar del
tesoro, la forma de construir un puente, cómo aplanar una calle, apartar la
tierra y abrir las puertas de piedra. Siempre con la idea de que nadie lo
ayudara, para no confiar su secreto, el joven, quien había llegado a ser muy
culto y respetado, estudió ingeniería y urbanismo.
Al ver el rey su valor y preparación, lo nombró Ministro y Arquitecto de la
Corte y, finalmente, Primer Ministro. No existía en el reino alguien tan culto e
inteligente como quien había llegado al final de la lectura.
El día que se casaba con la hija del Rey, llegó a la última frase y pudo leer:
“la riqueza más grande, es el conocimiento”.
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