La ternura es como un movimiento que nos arrastra hacia un camino repleto de sensaciones y de sentimientos en los que se entremezclan la benevolencia, la aceptación y el abandono, pero también la confianza, el estímulo, el asombro y los nuevos descubrimientos.
Para seguir este camino, lo único que hay que hacer es abandonar nuestros miedos, dejar atrás los prejuicios y enfrentarnos a todo cuanto pueda depararnos un nuevo encuentro. La ternura es el nacimiento hacia uno mismo, un nacimiento que nos permite penetrar en el maravilloso vientre de la existencia.
La ternura no es solamente algo físico. Es una frágil sensación, una emoción imprevisible, una mirada de asombro, un movimiento secreto y fugaz, unido para siempre al conjunto de los sentidos. La ternura posee un brillo propio, algo que fluye desde hace mucho tiempo. La ternura es cuando la realidad consigue superar al sueño.
La ternura es mi mirada de asombro ante todo cuanto me ofreces; es tu mirada de amor ante todo cuanto te doy. La ternura es una palabra o un silencio que se convierte en ofrenda para el que sabe escucharlo con confianza, son unos ojos que se convierten en mirada.
La ternura está en lo que fluye. Para nacer, la ternura necesita de la inmovilidad y del silencio; el silencio puede ser uno de los aspectos más importantes de la ternura. El silencio que se crea cuando escuchamos lo que dice la otra persona o intentamos participar de sus vivencias y sentimientos.
La ternura es algo dulce y lleno de confianza, que circula entre dos personas que se reciben mutuamente. Es un entero que acoge a otro entero.
La ternura es la posibilidad de crear un espacio en el que tú y yo podamos acoger al sabio y al niño que llevamos dentro; al héroe o al príncipe que anida en nosotros y al hombre o la mujer que se ha perdido y que seguimos buscando en nosotros mismos.
La ternura es lo que convierte la existencia del otro en nuestra segunda piel.
La ternura es un camino que nos conduce hacia la multiplicidad y la abundancia. La ternura nunca podrá llenar un vacío, siempre va unida a una semilla que está a punto de germinar y se hace mayor, paulatinamente hasta llegar a convertirse en artífice de un encuentro.
Un aliado de la ternura será nuestra propia actitud para recibir. Cuando estamos dispuestos a recibir, tenemos menos necesidad de pedir o de coger. Cuanto más dispuestos estemos a recibir, más maduraremos en este arte que consiste en aceptar lo que somos y lo que la otra persona significa para nosotros.
Otro aliado es no tener prisa, la ternura necesita tiempo: el mar sólo refleja la luz cuando está en calma.
La ternura es un saber dar y recibir al mismo tiempo, es saber aceptarnos en el momento presente, aprender a desarrollar nuestra capacidad para no vivir de la nostalgia, de los recuerdos o de la amargura del pasado, aprender a no perseguir el futuro idealizándolo o anticipándonos a él. Es aprender a aceptar realmente donde estamos.
El camino está abierto y ya os está esperando mucho antes de vuestro nacimiento. Hay un puesto para cada uno, hay un amor para recibir y un amor para dar: el que llevas en tu interior.
La ternura no es ningún estado permanente. Nos corresponde a cada uno el descubrirla bajo la fragilidad de las apariencias, bajo la violencia de las costumbres, bajo lo impalpable del presente. Es una galaxia viajando por el cielo de los encuentros, que nos prolonga hasta las estrellas de la vida.