LA SABIDURÍA DE LA TORTUGA
“Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad que olvidamos lo único importante: vivir” (R. Stevenson)
En la costa oeste de Nicaragua se produce en las tardes-noche de julio un espectáculo inolvidable: cientos de tortugas emergen de las aguas del Pacífico para conquistar la orilla y con sus movimientos pausados buscan un lugar idóneo para enterrar sus huevos en la arena. Con el objetivo de cumplir con la misión de mantener la especie, cada animal quizás haga un recorrido de miles de kilómetros para volver al sitio donde nació y en ello, según la tradición popular, puede que empleen unos treinta años.
Desde nuestro contexto, ¿cómo evaluaríamos ese modo de proceder? ¿Es una pérdida de tiempo? ¿Es una baja productividad? Quizás nos surja el deseo de poder acelerar el proceso para que fuesen más rápidas y eficaces. Seguro que también se buscaría alguna justificación racional: de esa manera se les ayudaría y facilitaría su ardua labor y podrían tener más descendencia. Desgraciadamente, la disminución de ejemplares tortuga no va unido a la ineficacia de su ciclo vital, sino a la presencia del ser humano, que roba sus huevos y esquilma a los ejemplares adultos, provocando su lenta desaparición.
Si utilizamos el símil de la tortuga es para interrogarnos sobre los estilos de vida actuales. En nuestra cultura ser lento es sinónimo de ser torpe, “tonto” o inútil. Se impone la rapidez y la impaciencia, todo tiene que estar disponible “al momento”. Por ejemplo, hoy una espera de quince segundos ante el ascensor se hace insoportable o por mucha alta velocidad o banda ancha de la que se disponga, nos enerva que no aparezca rápidamente una página en internet. Cualquiera que observe el día a día de nuestras ciudades verá una vorágine de sujetos corriendo desesperadamente de un lugar para otro. Muchas personas, si pudieran desearían que el día tuviera el doble de horas o la posibilidad de incluso no dormir, ya que supone una pérdida de tiempo.
¿Qué nos pasa? ¿Hemos incrementado la felicidad con ese modo de vivir? ¿Somos más eficaces? La experiencia demuestra que todos nos quejamos de las prisas pero sucumbimos a ese ritmo frenético. ¿Es una condición irrenunciable de la vida moderna o algo imposible de cambiar? ¿Nos ayuda a ser más personas? Quizá, si somos conscientes de la situación y de las consecuencias que provoca, podamos ofrecer alternativas para afrontar la realidad de otra manera. Es el propio ser humano el que se plantea el problema y el único que tiene la respuesta.
1. ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN
“Los occidentales tienen el reloj, los orientales poseen el tiempo” (Proverbio Árabe)
Una de las características principales de nuestro mundo actual es la aceleración, la rapidez, el cambio brusco, la inmediatez. Decir que “no hay tiempo” es una expresión demasiado generalizada. De ahí que en el denominado “primer mundo”, el tiempo se considere un bien escaso y como tal muy apreciado, time is money, y no es raro que se afirme que puede que sea uno de los recursos más valorados en el siglo XXI. En nuestro contexto actual nos invade la prisa. Se tiene la experiencia de que las actividades nos superan y desbordan. La urgencia precipita un modo de proceder en el que casi todo tiene que estar terminado para ayer. Así, no se vive en el presente, porque el presente “ya es pasado” y en consecuencia, difícilmente se proyectará un futuro, porque nunca podrá llegar. Nos encontramos gobernados por los relojes, con la sensación de que cada vez corremos más y curiosamente, cada vez tenemos menos tiempo. Funcionamos como unos “hamsters” que son colocados en un entorno social – jaula- y que no paran de correr a toda velocidad día y noche dentro de una rueda que se mueve pero que no se desplaza a ningún sitio y cuyo único objetivo es mantenerla en continuo movimiento. A pesar de los inventos modernos que deberían aliviar la dureza de la actividad diaria y facilitar una existencia más relajada, la realidad camina por otro lado. Más que controlar y disfrutar del tiempo, da la sensación que es éste el que nos dirige y domina. Más que vivir, el ser humano se “desvive” o mal vive. He aquí algunos ejemplos:
- Se creía que con la revolución industrial las máquinas trabajarían por nosotros y se auguraba que a finales del siglo XX se llegaría a establecer las 20 ó 25 horas semanales. Sin embargo, en la práctica estamos trabajando más horas que hace unas décadas. Desde hace dos años, la asociación norteamericana “Take Back Your Time”(Recupere su tiempo perdido) convoca el 24 de Octubre el día de los “relojes caídos”, ya que en esa fecha un norteamericano medio ha trabajado más de lo que hará un europeo medio en todo el año.
- De hecho los mismos avances tecnológicos que posibilitan las bases para potenciar la sociedad de la comunicación y del conocimiento, se están usando para producir una “sociedad de la fragmentación”, en las que las personas se alejan más unas de otras y se perciben cada vez como extrañas. Más que desconectar, la irrupción de la tecnología provoca la necesidad imperiosa de estar alerta 24 horas al día, siete días a la semana, los 365 días del año, despertándonos con los e-mails o durmiendo con los móviles en la mesilla de noche.
- Los propios ciclos vitales se modifican. ¿Para qué dedicar tiempo a comer? No es raro que se fomente la comida rápida que también recibe el calificativo de “comida basura”. Da la sensación que lo que menos importa es comer y como tal, da lo mismo que sea cualquier cosa. ¿Para qué dormir? Algunos hasta se sienten mal por pasar 23 años de su vida durmiendo (el tercio de la vida de una persona que llegue a los 70 años) y por ello intentan alargar como sea el estado de vigilia.
2. CONSECUENCIAS
“Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada. De nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo” (M. Kundera)
El tiempo se está convirtiendo en uno de los bienes más escasos en los países “desarrollados”. La presión se hace insostenible y comienza a “pasar factura”. He aquí algunos comportamientos que pueden reflejar esa “protesta”:
- Alteraciones psicosomáticas. Los nuevos ritmos de vida están fomentando distintas patologías: desequilibrios metabólicos, obesidad, trastornos digestivos, insomnio, trastornos del sueño, etc.
- Ansiedad y tensión. Aumento de la agresividad, la competitividad y la sensación de vivir en un estado de alerta permanente. Se acude a “muletas” – drogas o sustancias estimulantes-, para que “ayuden” a mantenerse en pie, con el consiguiente coste psicológico y fisiológico que provocan dichos psicofármacos.
- Activismo. Tendencia a potenciar las “multitareas”. Nos convertimos en hombres orquesta que al mismo tiempo queremos realizar diferentes actividades: conducir comiendo, bebiendo o hablando por el móvil. En Japón va en aumento una patología laboral que se denomina karoshi o muerte por agotamiento laboral.
- Omnipotencia, omnipresencia y creerse imprescindible. Se piensa que se es insustituible y necesario para realizar todas las actividades. ¿Cómo van a salir las tareas, si no la hacemos nosotros? Según B. Russell, “creer que nuestro trabajo es terriblemente importante, es uno de los síntomas que nos muestra que el colapso nervioso es inminente”.
- Deshumanización personal. No se piensa, se actúa como robots, ya que no hay tiempo para pararse y reflexionar. Se funciona con recetas. A su vez, cuando se va tan deprisa, se pierde la capacidad de sentir y “saborear” las experiencias. Muchas veces no somos ni conscientes de lo que comemos, ya que quizá no nos demos ni cuenta. Curiosamente, parece que se tiene como objetivo “construir robots que piensen y personas que sean autómatas”.
- Fragmentación y “temporalidad”. Se potencia la sociedad del contrato temporal. Se sacraliza lo provisional y relativo, con lo cual ya no hay compromiso ni proyectos a largo plazo. Se pone en práctica al fenómeno Kleenex, todo es para “usar y tirar”, y tiene “fecha de caducidad”. En consecuencia, lo mismo que se hace con los utensilios, se realiza con las personas.
- Desestructuración social. La “falta de tiempo” la están pagando las familias, las madres trabajadoras, etc. Lamentablemente, los buenos momentos no vividos con los hijos cuando tienen dos años, no se pueden recuperar cuando cumplan dieciséis.
La situación actual se podría sintetizar en los siguientes trastornos que se observan en la práctica clínica:
- La enfermedad de la prisa: “el hombre orquesta”.
- La adicción al trabajo: “Adicción decente y respetable”.
- El estrés: “La chispa de la vida o la carcoma que corroe y mata”.
- El síndrome “bournout” o estar quemado.
- El narcisismo: “Narcotizados y aplastados por el Yo”
3. ALTERNATIVA: “LA CALMA ES ORO”
“La gente siempre culpa a sus circunstancias por ser lo que son. Las personas que progresan en este mundo son aquellas que buscan las circunstancias que quieren y, si no son capaces de encontrarlas, las crean” (G.B. Shaw)
Frente “al mal o enfermedad del tiempo”, hay que afirmar que la velocidad no lo es todo. Así, el vals de un minuto de Chopin no será dos veces mejor por que lo toquemos en treinta segundos o un idioma no se aprende en un cursillo intensivo de cinco días. La realidad nos muestra que no sabemos a donde vamos pero curiosamente, si avanzamos a pasos agigantados.
A veces puede venir la tentación de llevar a la práctica el eslogan de los años sesenta, “qué paren el mundo que me quiero bajar”. Sin embargo, la solución no es bajarse, -la huida o la resignación alternativa-, sólo algunos privilegiados con recursos y posibilidades podrían realizarlo, sino tomarse la vida con más calma.
En los últimos años empieza a abrirse camino el movimiento “Slow” que parte del supuesto de que la serenidad aumenta la calidad de vida, Como afirma C. Honoré no se pretende una declaración de guerra contra la velocidad. Hay situaciones en las que viene muy bien actuar más rápido, “pero lo que no podemos es convertir la velocidad en una obsesión”. La “desacelaración” nos puede hacer más efectivos y de ahí que a través de la sensibilización sobre los estilos de vida, el movimiento Slow nos empuja a saborear la vida y no sólo a sobrellevarla. En la misma línea se ha desarrollado algunos movimientos más especializados: “Slow Food”(comida tranquila) que surgió en Roma como respuesta a la invasión de los establecimientos de comida rápida o la “Cittá Slow”, red de más de cien “ciudades lentas” que levantan barreras al coche y reivindican la reconquista de las calles.
Desde nuestra experiencia ofrecemos un decálogo, “la calma es oro”, que puede aportar algunas pistas para cambiar de estrategia:
Decálogo para aprendices: La calma es oro
1. Cambiar el reloj por la brújula: tener un norte claro. 2. Convertirse en el protagonista de la propia historia: poner los medios. 3. Aprender a conocerse: fortalezas y debilidades. 4. Saber priorizar: jerarquía de valores. 5. Saborear el presente: carpe diem. 6. Saber perder el tiempo: ganar calidad de vida. 7. Darle tiempo al tiempo: la creatividad necesita tiempo. 8. Saber simplificar: soltar lastre. 9. Saber ser paciente y perseverante: ser proactivo y no reactivo. 10. Saber vivir: ser positivo y tener sentido del humor.
Comenzábamos reflexionando sobre la tortuga y terminamos también con ella. Ya Esopo nos cuenta la fábula de la tortuga y la liebre, en la que ambas se retan a una carrera y precisamente por su prepotencia, la liebre pierde. Es la constancia y la perseverancia de la tortuga la que le da la victoria. Es curioso, que para nuestro contexto cultural ser lento sea sinónimo de torpe e inútil y sin embargo, para muchas culturas la tortuga es un animal espiritual y símbolo de longevidad y sabiduría. Moverse con lentitud no significa pensar o vivir con apatía. Lo fundamental es hacer buen uso de esa lentitud. Quizás lo básico no es ser “tan-lento”, sino actuar con “talento”. He ahí la sabiduría de la tortuga: sin prisa pero sin pausa.
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