YO TENÍA UN PEDACITO DE MAR
Hay paisajes fugaces de los que uno se despide para siempre: el Rhin, la Selva Negra con sus árboles de más de cien metros de altura, Baden Baden mágica, el monasterio junto al Río de Piedra, la casa de 400 años donde vivía Michael en Oxford; San Remo y sus balcones adornados con flores del mismo color: kilómetros de ciclamen, el patchwork de viñedos al sur de Francia, una ciudad de quince cuadras en el país más pequeñito, Andorra.
Serán, a veces, un recuerdo.
Pero puedo morirme sin volver a verlos.
En cambio esto de hoy es implacable.
Estoy aquí, tomando un café en la confitería del aeropuerto hasta que se haga la hora.
Estoy aquí con el corazón dobladito como un pañuelo para guardarlo en el bolsillo hondo de la tristeza.
Es confuso el cielo del atardecer, el ruido de los aviones que parten y que llegan, la voz prolija e impersonal de los parlantes que repiten en castellano y en inglés indicaciones y horarios.
Fueron veinte minutos en un Banco; una firmita aquí, otra firmita allá, y chau mar.
No te quiero decir chau mar, adiós, good bye, adieu, addío...
Mi mar, visto durante quince años desde el mismo ángulo, sabiendo su sol bueno o malo, su cielo de cada noche desde diciembre hasta abril, dónde la Cruz del Sur, a qué hora Orión, en qué momento el viento; sus cambiantes olores: a yodo, a peces, a sal.
La luna enredada en el oleaje, luna arriba, luna abajo, ¿a cuál de las dos le pido que me seque las lágrimas?
Yo tenía un pedacito de mar,
Un pedazo chiquito chiquito:
Toda el agua cabía en un dedal
Y la arena... en un baldecito.
Azul, gris, verde, plateado, una medusa es una odalisca que danza con setecientos velos transparentes.
Los meteoritos se arrojan al mar en paracaídas color perla, cuando la gente los encuentra grita: “¡un aguaviva!” “¡Cuidado, un aguaviva!”.
Lo demás, eran sólo “cosas” que me llevaban al mar: Sillas, lámparas, un balcón, cortinas estampadas con ramilletes de violetas, que jamás vi en ningún otro lado.
Dos azahareros florecidos en dos macetas de la terraza.
Florecidos totalmente, como diciéndome: ¿Vas a marcharte, de verdad?
Fue así: tomé mi vida, le partí un pedazo, lo dejé en aquel mar.
Lo que quedó allá ya no lo tengo en mí.
Tengo un agujero de ozono en la memoria, y hasta me arden, me queman, me lastiman los recuerdos de ese tiempo que no puede ya más abrazarme, darme descanso y un espacio infinito donde yo tomaba apuntes, escribía frases para mis cuentos de todo el año...
Allá llegaban los ángeles y los mensajes sin que los detuvieran las barricadas del miedo y la violencia. Yo recibía, como una médium concentrada, todas las voces del universo.
Mi alma no se perdía cuando salía a recorrer los caminos del aire de las golondrinas...
Acá, ciudad-encierro, me he convertido en pena de clausura.
No sé ni me interesa en qué estación vivimos.
El verano pasado fue de persianas bajas.
El próximo verano no llegará, no se irá.
Ya no será verano ni le diré verano: será lo que no tengo, mi rama mutilada, mis ganas de llorar, mi silencio.
Mi desconsuelo.
En el agua repetida, en el agua que jamás se renueva y no envejece (siempre es la misma agua que se evapora y llueve, que llueve y se evapora, que pasa por todos los estados de la física, por los seres vivos y muertos, por los cuatro puntos cardinales) en esa misma agua, puse mis pensamientos de todo lo que mi alma ha recogido, y en estas lágrimas de ahora, quién sabe qué tesoros de quién devuelvo al mundo.
¿Cuándo llegará a mí mi paisaje perdido en una gota de tu agua, mar mío?
Yo tenía un pedacito de mar,
pero ya no lo puedo encontrar...
POLDY BIRD- Argentina
De su libro: "Morir entre tus brazos"
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