Un discípulo fue en busca de su maestro en su lecho de muerte para recibir sus últimas enseñanzas y mensajes. Después de agradecerle las enseñanzas que le había dado a lo largo de los años, el discípulo rogó al maestro que le dijera si tenía todavía algún secreto que pudiera ayudarle a ser feliz.
El maestro fijó sus ojos en él y le invitó a que se acercara y le mirara la boca.
- ¿Ves mi lengua?, le preguntó.
- Sí, la veo, respondió el discípulo.
- ¿Tengo todavía dientes?, siguió preguntando el maestro.
- No, no los veo.
- Bien -prosiguió el maestro- ¿Sabes por qué se han caído los dientes y no la lengua?
El joven, un tanto confuso, respondió:
- Supongo que la vejez y el paso de los años han causado la caída de los dientes.
- No -concluyó el maestro- los dientes se han caído porque son duros y rígidos, y la lengua sigue ahí porque es flexible y ha sabido adaptarse. Ahora ya sabes todo lo que vale la pena saber.