"Había un joven en una ciudad del mundo, que era muy ambicioso. Todo su afán era hacerse rico, amaba el dinero más que cualquier otra cosa. Así con ese motor que le movía, comenzó de la nada a trabajar en su propio negocio. Compró máquinas de ilusiones y fortuna, las que él mismo cuidaba como un tesoro. Fue repartiéndolas por todo el territorio; las máquinas de las ilusiones se iban multiplicando solas, atrayendo a personas incautas presas de sus encantos. El joven conoció a una linda muchacha que se encandiló de las ambiciones del chico, se enamoraron y decidieron casarse y formar una familia. Tuvieron cuatro hijos a los cuales no les faltaba de nada, tenían todo lo que vosotros no alcanzáis a imaginar, todo, todo... menos la cercanía de sus padres, que absortos en los negocios no tenía tiempo de jugar con ellos, verles crecer. Pasó el tiempo y aquel joven había realizado su sueño: "Ser el hombre más rico del mundo", poseía la más grande de las fortunas. En el camino de la vida había dejado atrás, los juegos, las risas y los sueños de sus hijos, la linda muchacha ya viejecita, tampoco le servía. Tan absorto en los negocios, olvidó encender la lumbre en su hogar cada día y disfrutar de las cosas sencillas. Los hijos crecieron y se marcharon, la viejecita quedó sola y él siguió amasando fortuna. Se había convertido en un viejo avaro, sus días los vivía miserablemente, no quería ni gastar el dinero que tenía acumulado. ¡Lo amaba tanto! que no podía desprenderse de él. No veía la pobreza material de mucha gente, niños que moría de hambre... incapaz de ayudarse a si mismo ¡como iba ayudar a los demás! Había perdido lo más valioso de la vida, el calor de su hogar, sus hijos, su viejecita, hasta su propia vida y aún no era consciente de ello. Solo le quedaba el dinero, que no quería gastar ¡lo amaba tanto!, que se dejaba arrastrar por él. Solo e infeliz, vivió el resto de sus días, el pobre hombre más rico del mundo. Solo vive, quien jamás se detiene".
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