Una pareja salió de vacaciones. Al regresar, se encontraron con que la puerta había sido forzada: los ladrones se habían llevado todo. El marido acusó a la mujer, diciéndole que no había echado los cerrojos. Ella afirmó, por su parte, que a él se le había olvidado cerrar la puerta con llave. Así dio inicio a una prolongada discusión, hasta que los vecinos llamaron a un religioso para intentar serenar los ánimos. –La culpa es de ella, que siempre ha sido muy descuidada –dijo el marido. –Ni hablar. Él es el que tiene la culpa, que nunca pone atención en lo que hace –respondió la mujer. –Un momento –dijo el religioso–. Nos pasamos la vida culpándonos los unos a los otros por cosas que no hemos hecho y acabamos cargando un fardo que no nos pertenece. ¿Acaso no se os ha pasado por la cabeza que los ladrones son los verdaderos culpables del robo?
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