Cuanta la leyenda que en un pueblo vivía una señora
muy pobre; un día tuvo un desperfecto en su casa y
para solucionarlo necesitó de la ayuda de un joven.
Cuando el joven terminó el trabajo, la señora le ofreció
como pago lo único que tenía en ese momento -un gran
racimo de uvas-. El joven al principio lo rechazó, pero la señora
insistió tanto, que terminó aceptándolo y se marchó muy
contento. Cuando iba a comenzar a comérselo, se
acordó de su padre que estaba en el campo trabajando
la tierra muy duramente y fue a llevarle el racimo de uvas. Éste en vez de comérselo, lo guardó en el cesto y cuando
llegó a su casa se lo ofreció a su esposa que también
había estado trabajando muy duramente todo el día.
La madre colocó el racimo de uvas en el centro de la
mesa y a la hora de la comida, ofreció a los
dos las uvas del racimo como postre.
|