Estos versos que ya se van
Sus labios eran como la espalda de la muerte, y su cuerpo era fogata viva para mis manos de leña. Ella nunca lo supo, pero su espalda era mi luz, y en sus piernas yo renunciaba a todo cobardemente. Ah, cuántas veces morimos ella y yo; los cuerpos como dos tumbas, y en ellas los besos, las olas, los suspiros. Qué ternura sus ojos cerrados, qué ternura sus ojos tranquilos.
Aún la recuerdo cuando cae la lluvia, cuando pasa el viento, cuando llevo prisa.
Nosotros, los que rompimos tormentas con las manos, los que clavamos promesas en el aire, los que siempre, malditamente siempre, caíamos jurando sobre nuestras almas, tropezando con la misma huella, ya no estamos vivos.
Ah, estos versos que ya se van.
La recuerdo aunque no la recuerde, y sus labios eran la espalda de la muerte.
Afuera ladra un perro, y los grillos hacen su canto, y si presto atención, un tren se despide.
Yo atravesaba sombras para recuperarla, juntaba los escombros para reconstruirlo todo; hoy sólo me quedo mirando al tiempo.
En estos versos van los días en que creímos poderlo todo; va su cabellera; va el agua en la que tantas veces arroje mi corazón para que no tocara la piedra, el agua que erosionó la piedra.
Ya no recuerdo su voz. Ya no la recuerdo.
En medio de esta noche, no puedo negar que una espina de nieve teje miedo en mis venas y que un escalofrío sube hasta mi voz.
Porque ahora sí, estos versos se van, y yo les digo adiós.
D/A
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