Lo que importa en esta vida no es todo lo que hacemos,lo que realmente importa es cómo lo hacemos y el por qué de lo que hacemos.
En cierta ocasión llegó un hombre muy culto a San Giovanni Rotondo. Buscaba al famosísimo P. Pío. Llevaba en sus manos dos volúmenes donde recopilaba sus investigaciones y que eran para él su opus vitae (la obra de su vida). Iba con la ilusión de que el santo sacerdote los bendijera, pues había dedicado mucho tiempo y esfuerzo. Sin embargo, cuando se los presentó al santo, su ánimo se fue por los suelos.
Sabemos que el P. Pío tenía una manera muy particular de tratar a sus penitentes. Era caritativo y paciente, pero a veces también extremadamente claro. Cuando aquel hombre extendió los libros y los depositó en las manos del sacerdote religioso, una palidez apareció en su rostro. Su boca perdió la sonrisa natural. Las lágrimas asomaron a sus ojos y, por fin, el santo confesor, con voz potente, dijo: «¿Es esa la obra de tu vida? Eso significa -dijo casi gritando- que has vivido sesenta años para escribir estos dos libros y ese ha sido el objetivo de tu vida, ¿es esa la obra de tu vida, y para ella has vivido, no? ¿Y dónde está tu fe?». Y después de hacerle reflexionar sobre la caducidad de la vida le pidió que saliera de la iglesia, pero ganando la conversión de aquel científico.
Este pobre hombre había ido con la ilusión de lo que él pensó era una obra buena, y salió con la lección de que la vida es algo más que un puñado de experiencias.
Todos formamos parte de un entramado de relaciones sociales que más o menos influyen en el modo de enfocar nuestra propia existencia. Estamos injertados ineludiblemente en un “tira y afloja” cotidiano, un luchar constante por la propia realización. Navegamos en un mar de oportunidades pero al mismo tiempo de continuos riesgos. La vida avanza, no se detiene, y quizá nuestro modo de afrontar los retos se va haciendo cada vez más opaco, sin ilusión y sin por qués.
¿Nos hemos detenido a pensar por qué hacemos las cosas, por qué luchamos por ciertos ideales, por qué nos esclavizamos a ciertas necesidades, por qué y por qué y por qué...?
Hay una manera poco común de afrontar la vida. La manera de los sabios y prudentes. La manera de la fe. La fe es la virtud por la que encauzamos todo nuestro actuar en el marco del querer divino. Por la fe vemos con realismo los avatares cotidianos y por ella ponemos en manos de Dios nuestras vidas para que las vaya guiando. Todo adquiere un sentido nuevo, trascendente, de plenitud personal y satisfacción humana. Porque la fe es lo que permite abrir el abanico de la acción más allá del cerrado horizonte personal.
Las modas, las rutinas diarias, el ir y venir de un lado a otro, el ambiente social en que vivimos, fácilmente puede ofuscar o nublar la perspectiva existencial de nuestra vida, el sentido de todo lo que hacemos. Se puede caer en el pesimismo o la desesperación, pues una vida nunca será lineal, sin dificultades. Pero cuando se está por encima de los obstáculos a través de la fe, estos adquieren una dimensión nueva, netamente positiva, la del hombre libre que ama y sabe el por qué de sus pasos en esta tierra.
Lo que importa en esta vida no es todo lo que hacemos, nuestros títulos, éxitos o fracasos. Lo que realmente importa es cómo lo hacemos y el por qué de lo que hacemos. La fe es esa pluma con la que se escribe una vida feliz, una vida plena, una vida en paz. El libro de nuestra vida tiene que estar escrito con fe y con amor, independientemente de lo que Dios haya querido escribir en él. Si realmente supiéramos sobre qué seremos examinados al final de nuestros días, ya hace tiempo que hubiéramos comenzado a escribir algo digno de leerse enfrente de todos los que nos conocieron, porque vivir para uno mismo es vivir sin Dios, y sólo Él es la verdadera fuente de la felicidad.