Seguro que muchas mujeres han soñado alguna vez
con ser reinas por una noche. ¿A que sí? Pues un día
yo estuve a punto de hacer realidad ese sueño gracias
a una invitación sorprendente. Claro que digo "a punto"
porque la noche no fue como yo imaginaba... Todo comenzó la tarde de un viernes cuando mi amiga
Antonia y yo paseábamos por un céntrico parque,
tratando de aliviar los calores del verano. Estábamos
cotorreando sobre los últimos escándalos del corazón-
es nuestro pasatiempo favorito-, cuando un desconocido
con muy buena planta nos abordó. "¿Podrían dedicarme un minuto?", nos dijo,
muy educado."¡Y una hora si tú quieres!", respondió
mi amiga, mirando sus ojos verdes. El chico tenía
una labia que para qué y comenzó a soltarnos un
rollo sobre un nuevo producto alimenticio que su
empresa estaba a punto de lanzar. Para iniciar la
promoción del mismo, habían decidido organizar un
ágape por todo lo alto en el hotel más lujoso de la ciudad.
Y él tenía la misión de elegir a dos amas de casa-ésas
éramos nosotras-para hacerles vivir una noche de ensueño.
"Podrán ver un vídeo muy especial que les
hemos preparado-nos explicó-. Luego les daremos un banquete único y, para acabar
la noche, les haremos entrega de
un regalo sorpresa. ¿Qué les parece? Por supuesto, dijimos a todo que sí y aceptamos
presentarnos en el hotel a las 21.00 horas. "¡Y vengan muy guapas!-nos dijo antes de
despedirse-las estaremos esperando". ¿Se imaginan el desenfreno que vivimos esa tarde Antonia
y yo? Las dos supusimos que teníamos que ir con
traje de noche y, como ninguna teníamos de eso
en nuestro guardarropa, salimos a la carrera a
comprarnos uno. Después de gastarnos hasta
el último euro de nuestros ahorros, nos fuimos a la
peluquería. Sesión completa de maquillaje y peinado
y las dos corriendo a mi casa para vestirnos. Tras
colgarnos encima las pocas joyas que
teníamos, salimos rumbo al hotel. Al llegar allí, el recepcionista nos miró un poco alucinado
y nos señaló el lugar donde se iba a celebrar la
reunión. Como unas reinas, entramos en el salón
y...¡nos encontramos con unas doscientas señoras
como nosotras! La única diferencia era que ellas
iban vestidas normales y nos miraban como si fuéramos
bichos raros. Completamente abochornadas, nos
sentamos a ver el "vídeo especial", que no era otra
cosa que un anuncio de treinta segundos en el que
se alababa las virtudes adelgazantes de unas galletas
para gordas. Después de repetirnos el vídeo unas
seis veces-querían que luego les diésemos su
opinión-por fin llegó la hora de la cena. "¡Por fin!-dijo Antonia-seguro que nos dan una buena
mariscada". Ya, ya. Nuestro gozo en un pozo. Lo único que había en el plato que nos sirvió el camarero
era una galleta estratégicamente colocada.
"¿Es una broma?", le pregunté, realmente mosqueada.
"No, señora. Es para que nos den su opinión sobre
el producto", dijo muy digno. ¿Se imaginan
cuál era el regalo sorpresa de la noche? ¡Sí, un lote completo de galletas
dietéticas! Qué pardillas.
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