SACARSE LA CARETA.............................
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Debate). El juicio fue categórico:
“Su objetivo –como el de todo político— era el poder.
Cuando advirtió que sus enemigos eran más poderosos, mandó a matarlos”.
Ese “político”, supuestamente igual a todos, era José de San Martín.
El autor del juicio,
William Bennett Stevenson, secretario de Thomas Cochrane.
El agravio podría desestimarse sin más: el ventrílocuo de Stevenson era aquél escocés legionario, destacado marino pero hombre intratable, que primero sirvió a San Martín y luego se convirtió en su enemigo.
Por lo mismo, habría que ignorar al biógrafo de Cochrane, Donald Thomas,
quien denigró a San Martín, considerándolo
“jefe de bandidos”.
Más aun, habría que hacer caso omiso del diario de Mary Graham, viuda de un capitán inglés y amante del Lord.
La noble señora describió a San Martín como un hombre “tramposo”,
de mirada “siniestra”,
para quien “toda religión es brujería”.
El Libertador —cabe pensar— fue víctima de la incomprensión y el odio de los extranjeros.
Aun de los chilenos, pese a que peleó más en Chile que en su propia patria:
allá libró las decisivas batallas de Chacabuco y Maipú;
aquí apenas el intrascendente combate de San Lorenzo.
Al otro lado de la cordillera, en efecto, se disparó sin piedad sobre San Martín:
se lo llamó “fracasado y cobarde” (Téllez);
“inepto y pusilánime” (Subercaseaux)
y “reblandecido cerebral” (Encina).
Otros cronistas de la época lo consideraron un “simulador”.
Dudaron hasta de sus enfermedades, y alegaron que “fingía” sus males, mascando “pastillas coloreadas, para afectar una hemoptisis”.
Lo acusaron de todo. Hasta de “bárbaro asesino”,
porque —se aseguró—había mandado a matar a los hermanos Carrera.
Le dijeron “tirano”, “corrupto” y “ladrón”.
El propio San Martín diría, en carta a su amigo O'Higgins:
“Estoy cansado de que me llamen tirano, que quiero ser rey, emperador y hasta demonio”.
Y, poco después: “Están persuadidos que hemos robado a troche y moche”.
Alguno le endilgó haberse “fugado” del Perú,
y el mismo San Martín dijo en carta a Tomás Guido que no podía volver a “presentarse” en aquél país,
porque los peruanos lo habían tratado con “menos consideración” que a “los mismos enemigos”,
y no había quedado en aquél país
“un solo habitante capaz de dar la cara” por él.
Olvidemos a escoceses rencorosos,
chilenos recelosos
y peruanos ingratos.
Leo una carta de la época: “San Martín siempre será un hombre sospechoso en su país”.
La carta la firma el propio Libertador, que solía hablar de sí en tercera persona.
A su regreso de la campaña libertadora, estando en Mendoza, “un alma piadosa” del gobierno central —donde Bernardino Rivadavia era el hombre fuerte— le avisó que las autoridades lo querían muerto.
Eso, decía San Martín, me “sirvió para precaverme”.
La precaución consistió en evitar un viaje a Buenos Aires, desde donde lo reclamaba su esposa agonizante.
Cuando por fin lo hizo, ya muerta Remedios, en Rosario debió escuchar el consejo de Estanislao López, quien le advirtió que no entrara a la capital.
Entró igual, como él mismo diría, “de Don Quijote”, y tuvo suerte porque nadie atentó contra su vida.
No pudo evitar, en cambio, que siguieran atentando contra su honra.
Visitó a su ex oficial, Juan Lavalle, quien luego diría a un amigo que “el ex Rey José” mantenía veleidades de déspota.
De haber existido en aquella época Ibope o Mora y Araujo, habrían mostrado la mala imagen del Libertador.
De haberse presentado San Martín como candidato, en elecciones similares a las de 2001, muchos ciudadanos habrían optado por el “voto bronca”, colocando en el sobre un retrato de Pedro de Mendoza.
No es que todo político a quien hoy se juzga rapaz e indecente sea un prócer en potencia, a quien mañana se le rendirá honores.
Innumerables políticos, apostrofados por corruptos e insensibles, merecerán el mismo juicio dentro de 180 años, si es que la futura historia les dedica alguna línea.
La impiedad de los contemporáneos, no obstante, suele impedir el aprovechamiento de talentos y vocaciones.
San Martín debió soportar la incomprensión, aun después de haber abandonado la escena.
Los juicios que siguen no pertenecen a un militar envidioso de las proezas del Libertador.
Tampoco a un peruano o un chileno temeroso
de que su propia libertad fuera atribuida a un héroe foráneo.
Ni a un hombre exento de juicio y patriotismo.
Son palabras de Juan Bautista Alberdi:
> “San Martín fue un raro general argentino, que empezó por defender a los españoles y acabó por defender a los chilenos y peruanos”.
> “No era genio sino entre mediocridades.
En veinte años de servicio militar en España,
apenas había alcanzado el grado de teniente coronel”.
> “En Buenos Aires, la logia Lautaro, de la cual él era miembro influyente,
lo hizo general”.
> “La Logia le sirvió para hacer la revolución del 8 de octubre de 1812, contra el primer gobierno regular de la Revolución.
Sustituyó a un gobierno moderno, que representaba a toda la Nación, por una pandilla que sólo representaba compadres”.
> “¿Dónde está el genio de San Martín?
¿En que pasó cañones a través de los Andes?
Desde la conquista, los españoles tenían dominados a los Andes como a carneros.
Hacía cerca de tres siglos que Pedro de Valdivia había atravesado esas cordilleras para conquistar a Chile,
y que Hurtado de Mendoza las había repasado en sentido contrario para fundar a Cuyo.
Baste decir que por dos siglos fue Cuyo provincia de Chile,
siendo los Andes su límite doméstico y municipal”.
> “¿Aníbal porque transportó cañones por los Andes?
Esa gloria la tienen en igual grado los que todos los días transportan pianos a lomo de mula, desde Cobija a Chuquisaca”.
> “Temía emplear muchos ejércitos para llegar a Lima por tierra.
También necesitó más de tres para llegar allí por mar, y después abandonó Perú, dejando la tarea de libertar las cuatro provincias argentinas [del Alto Perú] a Bolívar.
Si las hubiera libertado él, ellas no se habrían perdido para la República Argentina”....................................................
La reivindicación
La ingratitud y la maledicencia volvió a San Martín un hombre escéptico.
Criticando a “la opinión pública”, llegó a escribirle a Guido que más de 80% de los habitantes del mundo eran “necios” y “el resto pícaros, con muy poca excepción de hombres de bien”.
Con esa amargura se fue en 1824 y no volvió jamás.
Vivió en el exilio voluntario hasta su muerte, en 1850.
Murió pobre,
desmintiendo a quienes lo acusaban de haberse robado el
tesoro del Perú.
Cuando aún tenía vida, hasta algún crítico se acercó a rendirle homenaje.
Fue el caso de Alberdi, quien lo visitó en 1843 en Francia.
El gran tucumano no pudo ocultar su admiración:
“He visitado su gabinete lleno de la sencillez y método de un filósofo.
Allí, en un ángulo de la habitación, descansaba impasible, colgada al muro, la gloriosa espada que cambió un día la faz de la América Occidental.
Tuve el placer de tocarla y verla a mi gusto [...]
A su lado estaban también las pistolas grandes, inglesas,
con que nuestro guerrero hizo la campaña del Pacífico.
Vista la espada, se venía naturalmente el deseo de conocer el trofeo con ella conquistado.
Tuve, pues, el gusto de examinar muy despacio, el famoso estandarte de Pizarro, que el Cabildo de Lima regaló al general San Martín
en remuneración de sus brillantes hechos.
Abierto completamente sobre el piso del salón, le vi en todas sus partes y dimensiones [...]
Se puede decir con verdad que el general San Martín es el vencedor de Pizarro: ¿a quién, pues, mejor que al vencedor, tocaba la bandera del vencido?
La envolvió a su espada y se retiró a la vida oscura,
dejando a su gran colega de Colombia
la gloria de concluir la obra que él había casi llevado hasta su fin”.
Es cierto que, al atribuirle sólo la libertad de “América Occidental”,
seguía negando el rol de San Martín en la independencia argentina.
Es cierto que le concedía a Bolívar el mérito de haber “concluido”
la obra que San Martín llevara “casi” hasta su fin,
lo cual reiteraba la idea de hazaña trunca.
Sin embargo, el texto de Alberdi demostraba que, en Gran Bourg, se había sentido ante un gigante.
Los detractores de San Martín también debieron admitir, con el tiempo, que no fue un asesino.
Los Carrera, precursores de la independencia chilena en 1814,
habían sido expulsados de Chile por los realistas,
y conspiraban en Mendoza contra el nuevo proyecto libertador de O'Higgins.
Los documentos históricos prueban que San Martín se negó a formarles un consejo de guerra porque
“la sentencia que recayese no sería mirada en el público como justa,
y se creería emanada de mi influencia”.
Cuando el Libertador ya estaba en el Campo de Maipo,
se le avisó que se había abierto un nuevo proceso en Mendoza,
luego de que Luis Carrera intentara tomar el gobierno local.
Desde el campo de batalla, San Martín ordenó al gobernador de Mendoza “suspender todo procedimiento contra los Carrera”.
Al mismo tiempo, le escribió a O'Higgins:
“Si los cortos servicios que tengo rendidos a Chile merecen alguna consideración,
los interpongo para suplicar se sobresea en la causa que se sigue a los señores Carrera.
Estos sujetos podrán tal vez algún día ser útiles a la Patria,
y V.E. tendrá la satisfacción de haber empleado su clemencia usándola en beneficio público”.
Su pedido llegó tarde.
Lo mismo pasaría con un ruego similar, enviado por San Martín a aquél hombre que lo llamaba socarronamente “ex Rey José”
y le atribuía “despotismo”.
El gobernador Manuel Dorrego fue derrocado y hecho prisionero por la gente de Lavalle.
El asesor de éste, Salvador María del Carril, le aconsejó:
“General, prescindamos del corazón en este caso”.
Lavalle oyó aquél consejo y mandó a fusilar a Dorrego “de inmediato”.
Pocos días antes, San Martín —después de cinco años en Europa—
había llegado a la rada del puerto de Buenos Aires.
Cuando supo que Dorrego había sido derrocado,
decidió no desembarcar y se dirigió a Montevideo.
Desde allí, ignorando que el ex gobernador ya había sido ejecutado,
le escribió a Lavalle.
“Sin otro derecho que el de haber sido compañero de armas”; le decía el Libertador a su antiguo subordinado,
“permítame usted, general, le haga una sola reflexión, a saber: que aunque los hombres en general juzgan de lo pasado según la verdadera justicia,
y de lo presente según sus intereses,
en la situación que usted se halla,
una sola víctima que pueda economizar a su país
le servirá de un consuelo inalterable,
sea cual fuere el resultado de la contienda
en que se halla usted empeñado,
porque esa satisfacción
no depende de los demás, sino de uno mismo”........................
Ese era el verdadero San Martín.
Es cierto.
“Lo general de los hombres juzgan de lo pasado según la verdadera justicia y de lo presente según sus intereses".
POR RODOLFO TERRAGNO.