l La educación ha de preparar a las naciones en masa para el uso de los derechos que hoy no pertenecen ya a tal o cual clase de la sociedad, sino simplemente a la condición de hombre.
l A falta de todos los medios de civilización y de progreso, que no pueden desenvolverse, sino a condición de que los hombres estén reunidos en sociedades numerosas, ved la educación del hombre del campo. Las mujeres guardan la casa, preparan la comida, trasquilan las ovejas, ordeñan las vacas, fabrican los quesos y tejen las groseras telas de que se visten; todas las ocupaciones domésticas, todas las industrias caseras las ejerce la mujer: sobre ella pesa casi todo el trabajo; y gracias, si algunos hombres se dedican a cultivar un poco de maíz, para el alimento de la familia, pues el pan es inusitado como mantención ordinaria.
l Aquí principia la vida pública, diré, del gaucho, pues que su educación está ya terminada. (...) es preciso ver estas caras cerradas de barba, estos semblantes graves y serios, como los de los árabes asiáticos, para juzgar del compasivo desdén que les inspira la vista del hombre sedentario de las ciudades, que puede haber leído muchos libros, pero que no sabe aterrar un toro bravío y darle muerte.
l La vida del campo, pues, ha desenvuelto en el gaucho, las facultades físicas, sin ninguna de las de la inteligencia. Su carácter moral se resiente de su hábito de triunfar de los obstáculos y del poder de la naturaleza: es fuerte, altivo, enérgico. Sin ninguna instrucción, sin necesitarla tampoco, sin medios de subsistencia, como sin necesidades, es feliz en medio de su pobreza y de sus privaciones, que no son tales, para el que nunca conoció mayores goces, ni extendió más altos sus deseos.
l De manera que si esta disolución de la sociedad radica hondamente la barbarie, por la imposibilidad y la inutilidad de la educación moral e intelectual, no deja, por otra parte, de tener sus atractivos. El gaucho no trabaja; el alimento y el vestido lo encuentra preparado en su casa; uno y otro se lo proporcionan sus ganados, si es propietario; la casa del patrón o pariente, si nada posee.
l Como todas las guerras civiles, en que profundas desemejanzas de educación, creencias y objetos dividen a los partidos, la guerra interior de la República Argentina ha sido larga, obstinada, hasta que uno de los elementos ha vencido.
l Todos los tribunales están desempeñados por hombres que no tienen el más leve conocimiento del Derecho, y que son, además, hombres negados en toda la extensión de la palabra. No hay establecimiento ninguno de educación pública. Un colegio de señoras fue cerrado en 1840; tres de hombres han sido abiertos y cerrados sucesivamente del 40 a 43, por la indiferencia y aun hostilidad del gobierno.
l Un solo joven hay que posee una instrucción digna de un pueblo culto: el señor Rawson, distinguido ya por sus talentos extraordinarios. Su padre es norteamericano, y a esto ha debido recibir educación.
l Yo, que hago profesión, hoy, de la enseñanza primaria, que he estudiado la materia, puedo decir que si alguna vez se ha realizado en América, algo parecido a las famosas escuelas holandesas escritas por M. Cousin, es en la de San Juan. La educación moral y religiosa era acaso superior a la instrucción elemental que allí se daba; y no atribuyo a otra causa el que en San Juan se hayan cometido tan pocos crímenes, ni la conducta moderada del mismo Benavides, sino a que la mayor parte de los sanjuaninos, él incluso, ha sido educados en esta famosa escuela, en que los preceptos de la moral se inculcaba a los alumnos, con una especial solicitud.
l Facundo Quiroga fue hijo de un sanjuanino de humilde condición, pero que, avecindado en los Llanos de La Rioja, había adquirido en el pastoreo, una regular fortuna. El año 1799 fue enviado Facundo a la patria de su padre, a recibir la educación limitada que podía adquirirse en las escuelas: leer y escribir
l ¿Por qué son perseguidos en todas partes, o más bien, por qué eran unitarios salvajes y no federales sabios, toda esa multitud de hombres animosos y emprendedores que consagraban su tiempo a diversas mejoras sociales: éste a fomentar la educación pública, aquél a introducir el cultivo de la morera, este otro, al de la caña de azúcar, ese otro a seguir el curso de los grandes ríos, sin otro interés personal, sin otra recompensa, que la gloria de merecer bien de sus conciudadanos?
l ¿Por qué no se ha consagrado una vigésima parte de los millones que devora una guerra fratricida y de exterminio, a fomentar la educación del pueblo y promover su ventura? ¿Qué se le ha dado, en cambio de sus sacrificios y de sus sufrimientos? ¡Un trapo colorado! A esto ha estado reducida la solicitud del Gobierno durante quince años; ésta es la única medida de administración nacional, el único punto de contacto entre el amo y el siervo: ¡marcar el ganado!
l ¿No se hace la verdadera guerra a la Francia, que en luces está a la cabeza de la Europa, atacándola en la educación pública? El Mensaje de Rosas anuncia todos los años, que el celo de los ciudadanos mantiene los establecimientos públicos. ¡Bárbaro! ¡Es la ciudad, que trata de salvarse, de no ser convertida en pampa, si abandona la educación que la liga al mundo civilizado! Efectivamente: el doctor Alcorta y otros jóvenes dan lecciones gratis en la Universidad, durante muchos años, a fin de que no se cierren los cursos; los maestros de escuela continúan enseñando y piden, a los padres de familia, una limosna para vivir, porque quieren continuar dando lecciones. La Sociedad de Beneficencia recorre, secretamente, las casas, en busca de suscripciones; improvisa recursos para mantener a las heroicas maestras, que, con tal que no se mueran de hambre, han jurado no cerrar sus escuelas, y el 25 de mayo presentan sus millares de alumnas todos los años, vestidas de blanco, a mostrar su aprovechamiento en los exámenes públicos... ¡Ah, corazones de piedra! ¡Nos preguntaréis todavía por qué combatimos
l ¿Ha perseguido Rosas la educación pública y hostilizado y cerrado los colegios, la Universidad y expulsado a los jesuitas?
l ¡Cuántos resultados no van, pues, a cosechar esos pueblos argentinos desde el día, no remoto ya, en que la sangre derramada ahogue al tirano! ¡Cuántas lecciones! ¡Cuánta experiencia adquirida! ¡Nuestra educación política está consumada! Todas las cuestiones sociales, ventiladas: Federación, Unidad, libertad de cultos, inmigración, navegación de los ríos. Poderes políticos, libertad, tiranía: todo se ha dicho entre nosotros, todo nos ha costado torrentes de sangre.
l Porque él (Rosas) ha destruido los colegios y quitado las rentas a las escuelas, el Nuevo Gobierno organizará la educación pública en toda la República, con rentas adecuadas y con Ministerio especial, como en Europa, como en Chile, Bolivia y todos los países civilizados; porque el saber es riqueza, y un pueblo que vegeta en la ignorancia es pobre y bárbaro, como lo son los de la costa de Africa, o los salvajes de nuestras pampas.
l Pero lo que dará una idea más completa de la cultura de entonces, es el estado de la enseñanza primaria. Ningún pueblo de la República Argentina se ha distinguido más que San Juan en su solicitud por difundirla, ni hay otro que haya obtenido resultados más completos. No satisfecho el gobierno, de la capacidad de los hombres de la provincia para desempeñar cargo tan importante, mandó traer de Buenos Aires, el año 1815, un sujeto que reuniese, a una instrucción competente, mucha moralidad
l Andando un poco en la visita que hacemos, se encuentra la célebre Universidad de Córdoba, fundada nada menos que en el año 1613, y en cuyos claustros sombríos han pasado su juventud, ocho generaciones de doctores en ambos derechos, ergotistas insignes, comentadores y casuístas. Oigamos al célebre Deán Funes describir la enseñanza y espíritu de esta famosa Universidad, que ha provisto durante dos siglos de teólogos y doctores a una gran parte de la América.
l Así serán fáciles y hacederas las cunas públicas que reciben al hombre en el umbral de su vida; las salas de Asilo que domestican su índole, disciplinan sus hábitos, preparan su espíritu para pasar a la Escuela primaria que pone a su disposición los instrumentos del saber, para entregarlo a la Escuela Superior que lo inicia en los conocimientos indispensables de la vida civilizada
l El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen. Y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar esta fuerza de producción, de acción y de dirección, aumentando cada vez más el número de individuos que las posean.
l Si peleamos por la educación, venceremos a la pobreza.