

Los que se han ido están siempre con nosotros y también lo estarán en esta Navidad que se acerca. Para estas fechas, daría la impresión que las ausencias de los seres amados se sienten con más fuerza. Sería muy bueno y sanador para nuestro alma, pensarlo desde otro lugar.
Ese vacío debería sentirse sólo en una silla que ya no se ocupa, un plato menos en la mesa, una copa menos a colocar. Quien se fue, no nos ha abandonado, muy por el contrario, sigue a nuestro lado. Su alma no ha muerto y es, a través del alma que creamos nuestros vínculos.
El amor que le hemos y que ella ha sentido por nosotros, no se ve modificado por la ausencia. Nos acompaña a cada paso, en cada momento de nuestra vida, porque vive en nuestro corazón y de allí no se mueve. Es duro saber esa persona no compartirá la mesa navideña, la presencia física se extraña, su risa, su vos, sus palabras.
Sin embargo, si aprendemos a ver las cosas con los ojos del corazón, podremos transitar mejor esta época del año que, si bien hermosa, parece hacernos sentir que las ausencias pesan más. Tratemos que lo que más se sienta en esta Navidad, no sea su ausencia, sino su recuerdo.
Intentemos que se agrande, que nos acompañe en los preparativos, que tenga un lugar en la mesa para el cual no es necesario una silla. Las personas que se han ido, sólo mueren si nadie las recuerda. Nadie puede quitarnos el dolor de perder a un ser amado, pero éste puede mermar si de corazón sentimos que su alma sigue a nuestro lado y si hacemos que su recuerdo siga vigente.
Por eso, ésta y todas las Navidades que vengan, a todas las personas que sólo físicamente nos han dejado, hagámosles más que nunca un lugar en nuestro corazón. Invitémosla a la fiesta del alma y también ¿por qué no? alcemos una copa por ella. Sin dudas, no está ausente en este brindis de Navidad.


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