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De: angelvioleta (Mensaje original) |
Enviado: 15/04/2010 17:09 |
Breverías
2236 Nadie es autor de libros; es la vida quien dicta versos, dramas o novelas, y quien se llama autor, es amanuense,
cuya letra será simple o florida, de filigrana de oro o lentejuelas, de cascabel o austeridad castrense.
Pero la vida es en verdad la autora, y quien trascribe, sólo colabora.
 2237 Llevo a cuestas los días, encorvado bajo su fardo, cada vez más duro. Se me aprietan, me hieren y me pesan.
No sólo aquellos que rompió el pasado, sino también los que arman el futuro, los que se acercan ya, y los que regresan.
Pero es el de hoy, con su actitud rumbosa, el que más me amedrenta y más me acosa.
 2238 Me tocan los recuerdos en el hombro como inquiriendo a dónde va el camino; Ah, si yo lo supiera.
Y si acaso te nombro, me toman por aquel loco divino de la Triste Figura. Quién me diera
librar cautivos, degollar gigantes, tornar castillo lo que venta fuera, y evitarme la lid de los amantes.
 2239 Me desgarra el cuchillo del invierno, se me clava en el pecho, en el costado, me corta el rostro de través, las manos.
Pero hay otro cuchillo, más interno, que rasga el alma con su filo helado, y ni otoños mitigan, ni veranos.
 2240 Abrazo a esa mujer sin que lo advierta, travieso la acaricio, la desnudo, la acuesto sobre el lecho, y la poseo.
No fue así tiempo atrás, era su oferta, y era mutuo, y real, y estrecho el nudo, pero hoy sólo en recuerdos merodeo.

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Sentada a media luz en mi rodilla, y una sonrisa tenue y luminosa como las alas de una mariposa, me reclinó en el hombro la mejilla y abandonose inmóvil, silenciosa.
Se me quedó dormida entre los brazos, niña interior, aunque mujer externa, un tiempo apasionada, luego tierna, frágil hoy con el alma hecha pedazos, mañana con impulsos de galerna.
No me quise mover por no alterarla, y dejé transcurrir el tiempo lento, con el temor de que hasta el pensamiento pudiera, al agitarse, despertarla, destruyendo la magia del momento.
Y así quedó, colgada de mi cuello, dormida en mí, sin dudas y sin prisa, y hasta su soplo refrenó la brisa; y al fin, acariciando su cabello, hice anidar mi beso en su sonrisa.
Francisco Alvarez Hidalgo.

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