Por mucho tiempo me he cuestionado en que se basaba la diferencia entre una y otra. La vida y los hechos que me han tocado vivenciar, me han hecho palpar las sutiles sensaciones que las diferencian.
Todos hemos pasado por pérdidas, fracasos, impotencias; eso es parte del vivir, de perdurar en este camino, a fin, teóricamente, de un crecimiento, de una madurez.
Pero cuando nos llega el turno, el inexorable momento de transitar por estas situaciones, nos queda una sensación de un dolor, profundo, amargo, desolador.
Entonces, aquí empieza este camino de tomar lo que nos está sucediendo, para ir transformándolo en parte de nuestra historia.
El punto es como transformarlo? Tratamos de aceptarlo? O nos resignamos que así sea, sin enfrentarlo?
Resignarse, es hacer carne ese dolor, volver una y otra vez hacia ese hecho, y preguntar y preguntarse, aunque se sepa que no se hallará una respuesta válida, una respuesta que nos alivie, una respuesta redentora. Y seguimos en ese trayecto que pasa a ser un espiral, de pena, de carga, de una espera sin sentido.
Aceptar… es también, revisar eso que nos duele, deambular los caminos que nos llevaron a llegar a ese momento, y sabiendo que hemos hecho todo y más de lo que estuvo a nuestro alcance; decidimos tomarlo, y entender que no somos un Quijote que seguiremos luchando contra molinos que no se pueden modificar ni vencer.
Por lo tanto… aceptar es la forma mas sana, de incluir en nuestras vidas, los momentos dolorosos, traumáticos, intolerables.
He escuchado un ejemplo que me parece el más viable para dimensionar cual es la diferencia. Tal como los globos aerostáticos pueden ascender, paulatinamente mientras van soltando peso, nosotros debemos aceptar todo lo que nos cause dolor, resentimiento, culpa, enojo, todo eso que conforma pesos adheridos a nuestro espíritu, ir soltándolos, para no solo poder avanzar en nuestro camino, sino para lo más importante que creo, que es para lo que hemos sido creados, para poder ascender como seres de luz.