MADUREZ
La vida trae sorpresas que el ser humano no puede comprender, si no está preparado para ellas. Hoy el cielo brilló con luz propia, ni una sola nube se encontraba en él. Pensé que era un buen augurio, pero mi nerviosismo era gigantesco, no sabía si podía arreglar el error cometido. Mi mente estaba intranquila, sin sosiego, los pensamientos se agolpaban, imaginando mil respuestas o destinos para el problema que tenía en mis hombros.
No sólo tengo que aprender a escuchar, también debo controlar mi nerviosismo y ansiedad, tranquilizarme. Desde el año 2007 me he dado cuenta que cuando mis nervios me traicionan, todo puede salir mal.
No sé si todo esto sólo quiere darme un mensaje, tal vez no esté preparada para enfrentarme sola a las adversidades. ¿Es posible que a mi casi 18 años, la maleta de problemas sea muy grande? No lo sé, pero me gustaría creer que no.
Estas líneas las escribo en espera de armarme del valor suficiente para reconocer su valía. En estos momentos sólo son frases sueltas que tienen coherencia si conoces a la autora; pero también las escribo para recordar, para reflexionar, tiempo después en cómo se resolvieron estos acontecimientos.
Hay decisiones de las que me arrepiento, de las que me avergüenzo, pero cada uno es dueño de sus acciones. A medida que crecemos sumamos derechos y deberes a nuestra vida. Todo se vuelve compromiso, uno tiene que responsabilizarse de lo que hace, de lo que ejecuta. Los griegos creían que había un poder superior –ellos lo llamaban destino- que regía sus acciones. Creían que el error era una Diosa llamada Até, o que la discordia entre los hombres era culpa de Eris.
Pero el ser humano es el escultor, el pintor y el escritor de su vida. A nadie más puede pedirle cuentas de lo que hace; y la culpa tiene un sabor entre amargo y dulce, si la asumimos, nos otorgamos el derecho de remediar nuestro error. Recordemos que fracasar, no es caer. Fracasar es sólo cuando dejas de creer que es posible y renuncias a cambiar.