Muchos seres de luz habitan en los bosques, pues en el corazón verde del bosque reside parte del alma del planeta Tierra, impregnada del espíritu natural en el que reside su encanto y su magia.
En un paseo bañado del misterio de la noche, con el guiño de la luna y de las estrellas, la brisa susurra bellas meditaciones a las hojas de los árboles las cuales en otoño se caen, pero que el viento eleva hacia el infinito para que le cuenten a la bóveda celeste esas hermosas meditaciones de la brisa, las cuales provienen del corazón de los seres de luz de bosques encantados.
“En el paseo de los seres de luz por el bosque de noche, se dejan cautivar por esa serenidad que desprende el cielo, que les apacigua el corazón como si una llovizna de gotas de paz les bendijera en cada paso.

Las hadas, los elfos y los duendes marcan un paso gracioso, discreto y grácil en una danza secreta con el suspiro de la noche y la pureza del alma de las montañas, que abraza el bosque y lo irradia con su luz cristalina como el agua.
La vegetación es tan frondosa que tapa el cielo, pero lejos de sentir la inmensidad del espacio y del momento, las hadas disfrutan de la sensación de protección que esa enorme corona que las copas de enormes árboles les brinda y caminan un corto trecho hasta que consiguen ver las estrellas y se funden con ellas en la libertad del infinito.
Y desde esa posición estelar, las hadas nos cuentan:
“En la dicha del momento,
reside la confianza en nosotros mismos
y en esa inteligencia oculta
en todo y en todos.
Es esa inteligencia
que se sustenta
en el impulso cósmico
y que contribuye a que todo sea,
la cual es nuestro mejor maestra y guía.
Es esa inteligencia del Universo,
macerada en el vacío, la sabiduría y el amor
que acuna a la humanidad
y a toda forma de existencia en sí misma.
Desde este amor y esta comprensión
se forja la realización de las almas
y el beso que otorga vida a nuestros corazones.”