¡Estás aquí, Señor!
Y, ante un mundo indiferente a tu presencia,
nuestras voces aclaman lo que el corazón siente:
¡Estás aquí Señor, como alimento y vida!
No permanezcas al margen de nuestra existencia;
te necesitamos como báculo
que ofrezca firmeza a nuestro caminar.
No nos dejes de tu mano,
a pesar de que, el hombre, haya replegado la suya.
No permitas, Señor,
que otros soles sean más potentes
que los rayos de tu verdad y de tu justicia.
Sí, Señor;
¡Estás aquí, y nos basta!
Y manifestamos públicamente que, nada ni nadie,
podrá ofrecernos la alegría que Tú nos das.
Y cantamos, a los cuatro vientos,
que tu voz, por ser divina y humana,
habla en medio de nuestras miserias,
o nos levanta en tantos instantes de decadencia.
Sí, Señor;
Estás presente en el pan y el vino.
Para que, la mesa de nuestra vida,
cuente siempre con el principal sustento:
la fe, la esperanza, la Palabra, el Misterio.
Para que, el paladar de nuestra existencia
saboree siempre de un manjar
que, sin saber de qué manera ni cómo,
se convierte en Cuerpo y Sangre de Cristo.
¡Estás aquí y te damos gracias!
Porque te haces ofrenda por el hombre,
y compartes sus preocupaciones y necesidades.
Y sales, con tu mano poderosa,
bendiciendo sus inquietudes y anhelos.
Y miras, desde esa blanca hostia,
con ojos de ternura y de misericordia,
con ojos de amor y de amigo que nunca falla,
con ojos que saben mirar más allá
de lo que el hombre con los suyos alcanza.
¡Estás aquí, Señor, y nos basta!
Eres salvación… ¡Sálvanos!
Eres amigo… ¡Acompáñanos!
Eres fuerza… ¡Fortalécenos!
Eres vida… ¡Danos vida!
Eres amor… ¡Ámanos!
Eres Dios… ¡Te adoramos, Señor!
Eres Cristo… ¡Te bendecimos, Señor!
Eres Espíritu… ¡Llénanos de Ti!
Amén.
P. Javier Leoz |