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ADVIERTE AL TIEMPO DE MAYORES HAZAÑAS,
EN QUE PODRÁ EJERCITAR SUS FUERZAS
Tiempo, que todo lo mudas,
tú, que con las horas breves
lo que nos diste, nos quitas,
lo que llevaste, nos vuelves:
tú, que con los mismos pasos,
que cielos y estrellas mueves,
en la casa de la vida,
pisas umbral de la muerte.
Tú, que de vengar agravios
te precias como valiente,
pues castigas hermosuras,
por satisfacer desdenes:
tú, lastimoso alquimista,
pues del ébano que tuerces,
haciendo plata las hebras,
a sus dueños empobreces:
tú, que con pies desiguales,
pisas del mundo las leyes,
cuya sed bebe los ríos,
y su arena no los siente:
tú, que de monarcas grandes
llevas en los pies las frentes;
tú, que das muerte y das vida
a la vida y a la muerte.
Si quieres que yo idolatre
en tu guadaña insolente,
en tus dolorosas canas,
en tus alas y en tu sierpe:
si quieres que te conozca,
si gustas que te confiese
con devoción temerosa
por tirano omnipotente,
da fin a mis desventuras
pues a presumir se atreven
que a tus días y a tus años
pueden ser inobedientes.
Serán ceniza en tus manos
cuando en ellas las aprietes,
los montes y la soberbia,
que los corona las sienes:
¿y será bien que un cuidado,
tan porfiado cuan fuerte,
se ría de tus hazañas,
y victorioso se quede?
¿Por qué dos ojos avaros
de la riqueza que pierden
han de tener a los míos
sin que el sueño los encuentre?
¿Y por qué mi libertad
aprisionada ha de verse,
donde el ladrón es la cárcel
y su juez el delincuente?
Enmendar la obstinación
de un espíritu inclemente,
entretener los incendios
de un corazón que arde siempre;
descansar unos deseos
que viven eternamente,
hechos martirio del alma,
donde están porque los tiene;
reprender a la memoria,
que con los pasados bienes,
como traidora a mi gusto
a espaldas vueltas me hiere;
castigar mi entendimiento,
que en discursos diferentes,
siendo su patria mi alma,
la quiere abrasar aleve;
éstas si que eran hazañas,
debidas a tus laureles,
y no estar pintando flores,
y madurando las mieses.
Poca herida es deshojar
los árboles por noviembre,
pues con desprecio los vientos
llevarse los troncos suelen.
Descuídate de las rosas,
que en su parto se envejecen;
y la fuerza de tus horas
en obra mayor se muestre.
Tiempo venerable y cano,
pues tu edad no lo consiente,
déjate de niñerías,
y a grandes hechos atiende
HALLA EN LA CAUSA DE SU AMOR TODOS LOS BIENES
Después que te conocí,
todas las cosas me sobran:
el sol para tener día,
abril para tener rosas.
Por mi bien pueden tomar
otro oficio las auroras,
que yo conozco una luz
que sabe amanecer sombras.
Bien puede buscar la noche
quien sus estrellas conozca,
que para mi astrología
ya son oscuras y pocas.
Gaste el oriente sus minas
con quien avaro las rompa,
que yo enriquezco la vista
con más oro a menos costa.
Bien puede la margarita
guardar sus perlas en conchas,
que Búzano de una Risa
las pesco yo en una boca.
Contra el tiempo y la fortuna
ya tengo una inhibitoria:
ni ella me puede hacer triste,
ni él puede mudarme un hora.
El oficio le ha vacado
a la muerte tu persona:
a sí misma se padece,
sola en ti viven sus obras.
Ya no importunan mis ruegos
a los cielos por la gloria,
que mi bienaventuranza
tienes jornada más corta.
La sacrosanta mentira
que tantas almas adornan,
busque en Portugal vasallos,
en Chipre busque coronas.
Predicaré de manera
tu belleza por Europa,
que no haya herejes de gracias,
y que adoren en ti solas.
QUEVEDO
BIOGRAFÍA
Francisco
Gómez de Quevedo y Villegas, hijo de Pedro Gómez de Quevedo y Villegas
y de María Santibáñez, nació en Madrid el 17 de septiembre de 1580 en
el seno de una familia de la aristocracia cortesana. Escritor español,
que cultivó con abundancia tanto la prosa como la poesía y que es una
de las figuras más complejas e importantes del Siglo de Oro español.
En
Madrid cursó sus primeros estudios en el Colegio Imperial de los
jesuitas; —hoy Instituto de San Isidro— y después en la prestigiosa
universidad de Alcalá de Henares; después cursó estudios de teología en
la Universidad de Valladolid (1601-1606), ciudad que por aquellos años
era la capital de España.
Hombre
de acción envuelto en las intrigas más importantes de su tiempo, era
docto en teología y conocedor de las lenguas hebrea, griega, latina y
modernas. Destacaba por su gran cultura y por la acidez de sus
críticas; acérrimo enemigo personal y literario del culterano Luis de
Góngora, el otro gran poeta barroco español.
El
año 1606 vuelve a su Madrid natal en busca de éxito y fortuna a través
del duque de Osuna que se convierte en su protector; también entabla un
pleito por la posesión del título nobiliario del señorío de La Torre de
Juan Abad, —pequeña villa dependiente del municipio de Villanueva de
los Infantes (Ciudad Real) al sur de La Mancha—. Se traslada a Italia
en el año 1613, llamado por el duque de Osuna, entonces virrey de los
reinos de Nápoles y Sicilia, el cual le encarga importantes y
arriesgadas misiones diplomáticas con el fin de defender el virreinato
que empezaba a tambalearse; entre éstas intrigó contra Venecia y tomó
parte en una conjura. El duque de Osuna cayó en desgracia en 1620 y
Quevedo fue arrastrado en la caída y desterrado a sus posesiones de La
Torre de Juan Abad, después, sufrió presidio en el monasterio de Uclés
(Cuenca) y arresto domiciliario en Madrid. Por defender con virulencia
la propuesta que el Apóstol Santiago fuese elegido el patrón de España,
en pugna con los carmelitas que proponían a Santa Teresa, se vuelve a
ver Quevedo castigado al destierro de nuevo en La Torre de Juan Abad.
Esta etapa azarosa y desgraciada marcó todavía más su carácter agriado
y además entró en una crisis religiosa y espiritual, pero desarrolló
una gran actividad literaria. Con el advenimiento del reinado de Felipe
IV cambia algo su suerte; el rey le levanta el destierro pero el
pesimismo ya se había apoderado de él.
Su
matrimonio con la viuda Esperanza de Mendoza (1634) tampoco le
proporcionó ninguna felicidad al gran misógino y se separó de ella a
los pocos meses.
De
nuevo se siente tentado por la política, pues ve el desmoronamiento que
se está cerniendo sobre España y desconfía del conde-duque de Olivares,
valido del rey, contra quien escribió algunas diatribas amargas. Más
tarde, por un asunto oscuro que habla de una conspiración, es acusado
de desafecto al gobierno, y es detenido en 1639 y encarcelado en el
monasterio de San Marcos (León), —hoy convertido en parador turístico
de lujo— prisión tan miserable y húmeda, que provoca grandemente la
merma de su salud.
Cuando
es liberado, en 1643, es un hombre acabado y se retira a sus posesiones
de La Torre de Juan Abad para después instalarse en Villanueva de los
Infantes donde el 8 de septiembre de 1645 murió.
* * *
Como personaje perteneciente a la nobleza del siglo XVII, Quevedo ostentó los títulos de Caballero de la Orden de Santiago y Señor de la Torre de Juan Abad.
Su
obra literaria es inmensa y contradictoria. Hombre muy culto, amargado,
agudo, cortesano, escribió las páginas burlescas y satíricas más
brillantes y populares de la literatura española, pero también una obra
lírica de gran altura y unos textos morales y políticos de gran
profundidad intelectual, que le hace ser el principal representante del
barroco español. Su obra está entroncada con su forma de vida:
desenvuelta y alegre en las sátiras de su juventud —letrillas burlescas
y satíricas como "Poderoso caballero es don Dinero"— es el Quevedo más
conocido y popular. Criticó con mordacidad atroz los vicios y
debilidades de la humanidad, y zahirió de una manera cruel a sus
enemigos, como en el conocido soneto, paradigma conceptista: "Érase un
hombre a una nariz pegado...".
En
su poesía amorosa, de corte petrarquista en la que lo que cuenta es la
hondura del sentimiento, Quevedo vio una posibilidad de explorar el
amor como lo que da sentido a la vida y al mundo, ejemplo de ello es el
soneto "Cerrar podrá mis ojos la postrera..." que es uno de los sonetos
más bellos de las letras españolas, en el cual la muerte no vence al
amor que permanecerá en el amante como queda evidente en el último
terceto. Es un poeta genial, cuya permanente actualidad, maravillosa
capacidad creadora del idioma castellano, honradez moral y elevada
lírica, le dan un lugar preeminente en la poesía española.
De
su prolífica obra en verso, se conservan casi 900 poemas. De su prosa
cabe señalar: "La vida del Buscón llamado don Pablos"; "Política de
Dios y gobierno de Cristo"; "Vida de Marco Bruto"; "Los sueños" y "Los
nombres de Cristo".
Entre
sus poesías hay un sinnúmero de sonetos endecasílabos, pero también
abunda el romance octosílabo y la redondilla. La poesía titulada
"Epístola satírica y censoria..." es un alarde magistral de tercetos
endecasílabos encadenados. Disfrutemos con esta esmerada antología de
su inmensa obra poética
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