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¿Qué habrá pasado en los últimos años para que la ciudadanía de base, esos que casi no cuenta para nadie –y son varios millones- se movilicen por cuenta propia, sin respaldos ni apoyos de las fuerzas políticas, convocados por esa revolución mediática que son las redes sociales de Facebook y Twiter?
¿Qué pasará para que comiencen a movilizarse los jóvenes de esa mal llamada generación perdida solicitando democracia real y enfrentándose a la clase política, sin exclusión de orillas ideológicas, para reivindicar los derechos civiles que marca la Constitución, encarándose a los políticos con proclamas que ya se creían perdidas?
La situación social y la alarma provocada por la crisis ha despertado las adormecidas conciencias de los ciudadanos.
El adormecido estado al que habían sometido, al espíritu de lucha, los políticos con sus reiterados discursos sobre la sociedad del bienestar, las metas alcanzadas, la felicidad conseguida, casi sin esfuerzo, se ha sobresaltado cuando todas las promesas se han idos al traste con el desmoronamiento de la estructura financiera mundial, aplastando evidentemente a los más débiles, al sustrato que sobrevivía en los estamentos más bajos del edificio.
Los poderosos consiguieron permanecer en pie gracias a las desventuras de los menos pudientes, que además acarrearán con la reconstrucción del empírico estado y, lo que más sangrante aún, haciendo más ricos a los que provocaron realmente este desastre.
Por fin la conciencia se ha despertado.
Los insurgente se movilizan, indignados por el caos al que le han abocado, se lanzan ahora a la calle en masa, todavía reductos del ideario nuevo, una avanzadilla de lo que vendrá sin duda alguna, para hacerse notar, para recuperar la dignidad que creían habernos sustraído, para reclamar justicia ente el magnicidio de la ilusión que pusimos en sus manos para que construyeran un mundo mejor, un lugar donde compartir las riquezas, en el ideario que cada uno decida, pero que iguale la condición y los derechos de los hombres.
No debieran estos políticos altaneros, orgullosos y prepotentes, encumbrados en la arrogancia del poder, obviar las reivindicaciones de los que les votan, de los que quizás comiencen a no ejercer sus derechos electorales, porque han perdido la ilusión de los ideales que un día creímos como solución a los problemas principales de la humanidad.
Cuando el hombre necesita comer, abastecer a su familia de las mínimas necesidades y se ve imposibilitado de ello porque le han despojado de los medios, observando además cómo otros se enriquecen con estas nuevas miserias, no duda en levantarse para conseguir los propósitos de subsistencia.
Es solamente instinto animal, una manera natural de conseguir la sustancia básica para poder seguir viviendo.
Entiendo a quienes empiezan a revalorizar su dignidad.
No se puede jugar con ella porque es uno de los bienes más preciados con los que Dios nos dotó.
No pueden especular con las ilusiones, quienes se creen conferidos por una gracia especial tan solo porque han llegado a la situación de poder, porque estarían convirtiendo al ciudadano en un ser extremadamente peligroso.
Sin ilusiones habría sido imposible muchos de los hitos alcanzados por la humanidad.
Habría que ir pensado en recuperar los mitos de la democracia, ese régimen por el que muchos han padecido, padecen y padecerán injustas sentencias, incluso han muerto por la defensa de esta condición política que iguala a todos en derechos y obligaciones desde un marco de libertad.
Cuando en su nombre se establecen normas que restringen estas fórmulas de derechos, pensando tan solo en beneficio de partidos políticos y de quienes ostentan el poder económico pasa a llamarse de otra manera.
Como sigan propiciando la indignación, el malestar, este sustrato ciudadano que conforman la mayoría de los españoles, no dudará en restituir sus derechos. Al tiempo.