Yo andaba entre la sombra, cuando como un fulgor llegaste tú; de pronto, con el último amor.
Pero bastó un efluvio de antiguas primaveras para reconocerte, para saber quién eras
Y eras la misteriosa mujer desconocida que entristeció de un sueño lo mejor de mi vida; la de las tardes grises y los claros de luna, la que busqué entre tantas y no encontré en ninguna.
Y hoy tal vez como un premio, tal vez como un castigo, lo mejor de mi vida será morir contigo.
He pensado esta noche, sintiéndote tan mía que así como llegaste, pudieras irte un día.
Lo he pensado eso es todo, pero si sucediera, dejaré que te vayas sin un adiós siquiera. Y cuando te hayas ido —yo que nunca me quejo—, me vestiré de luto y aprenderé a ser viejo.
Pero si me muriera sin poder olvidarte y después de la muerte se llega a alguna parte; preguntaré si hay sitio, para mí, junto a ti. Y Dios, seguramente, responderá que sí.