La sociedad que devora sus hijos.
Por Sergio Sinaí para la nación.
¿Cómo podría sobrevivir un grupo humano que no valorara y cuidara a sus niños y jóvenes?, se pregunta James Rachels (1941-2003) en su extraordinaria Introducción a la filosofía moral. No es casual que un interrogante así se plantee en dicha obra. El cuidado de los chicos y los jóvenes es una cuestión moral. Para cualquier grupo humano, desde una familia hasta un país en su conjunto, la valoración y el cuidado de ellos está vinculado a la continuidad de su historia, a la transmisión y honra de los valores esenciales de la vida y a la trascendencia. Rachels señala: "Si un grupo no cuida a sus jóvenes estos no sobrevivirán y los miembros más viejos del grupo no serán remplazados. Después de un tiempo el grupo se extinguiría". Cualquier grupo que continúe existiendo debe cuidar a sus jóvenes, dice. Y concluye con énfasis: "Los niños a los que no se cuida deben ser la excepción, no la regla".
El cuidado de los chicos y los jóvenes es una cuestión moral. Para cualquier grupo humano, desde una familia hasta un país en su conjunto, la valoración y el cuidado de ellos está vinculado a la continuidad de su historia, a la transmisión y honra de los valores esenciales de la vida y a la trascendencia
La sociedad argentina ha dejado de valorar y cuidar a sus niños y jóvenes, más allá de palabras y declaraciones. Es un fenómeno creciente, masivo y, lo peor, tiende a naturalizarse. Cada semana una o más tragedias tienen a chicos y jóvenes como protagonistas y víctimas. Los nombres se suceden en una desquiciada sucesión. Psicópatas afectivamente desairados matan o maltratan a chicos. Jóvenes se matan alcoholizados en las rutas en cantidades que los medios no alcanzan a mensurar, pero que cuando se viaja por el país (lo hago semana a semana) se comprueba en cada ciudad o pueblo que llora a sus chicos. Las sobredosis de droga y los comas alcohólicos son pan de cada madrugada entre viernes y domingos, los médicos de guardia dan fe de ello con desaliento y ante oídos sordos. Los chicos y jóvenes son desvalorizados y descuidados de muchas maneras, todas costosas y dolorosas. Por padres que se despreocupan de ellos y creen que su función está cumplida con comprarles todo, enviarlos a colegios caros, darles "libertad" (es decir, desentenderse de poner límites a partir de valores), ser "amigos" (o sea, privarlos de una referencia adulta) o llenarles la agenda de actividades que los mantengan ocupados o entretenidos para que el ejercicio de la paternidad y la maternidad no sea cargoso. También son desvalorizados y descuidados por funcionarios educativos de diversos niveles que los convierten en estadísticas, en power points o en conejitos de Indias de experimentos documentos y discursos oportunistas, chicaneros, vacíos y populistas (no es con una notebook por alumno como se cuida a chicos reales, de carne y hueso, con necesidades verdaderas).
La sociedad argentina ha dejado de valorar y cuidar a sus niños y jóvenes, más allá de palabras y declaraciones. Es un fenómeno creciente, masivo y, lo peor, tiende a naturalizarse
Los chicos y los jóvenes son descuidados cuando se los deja a merced de quienes ven en ellos sólo mercados o bocados. Industrias varias (alcohol, comida chatarra, artefactos de conexión, toda la industria de la noche y buena parte de la de diversión) afinan sus argumentos e instrumentos para atraerlos voraz y vampíricamente ante la ausencia de filtros y contención. Los chicos y los jóvenes son el objeto con los que los adultos de esta sociedad juegan al Gran Bonete. Lo hacen, sobre todo, a la hora de las tragedias, esa hora que cada vez se repite con más frecuencia. Todos culpan a todos. Padres a autoridades. Autoridades a padres. Todos a dealers y comerciantes. Muchos a la mala suerte. Nadie se hace cargo. Responsabilidad cero. Mientras tanto se siguen perdiendo vidas breves y futuros largos. Se suceden las tragedias evitables, las muertes que involucran a chicos y chicas, los abusos, el descuido. Todo eso se hace regla y no excepción. Como se hacen regla los tardíos lamentos paternos o las palabras huecas, irónicamente crueles, de gobernadores, intendentes u otros funcionarios que, como parte del oficio, aparecen y ponen cara de circunstancia a la hora de las tragedias.
Los chicos y los jóvenes son descuidados cuando se los deja a merced de quienes ven en ellos sólo mercados o bocados
Como Cronos, el titán griego hijo de Gaia, la tierra, y de Urano, el cielo, quien devoraba a sus hijos a medida que nacían por temor a ser destronado por ellos, la sociedad argentina (una parte significativa de ella, que incluye a representantes de todas las actividades y clases sociales) malogra serialmente la vida de sus hijos. Cuando algo ocurre una vez es un hecho. Cuando sucede nuevamente es una casualidad. Si se repite como hábito es una coincidencia significativa, según las llamaba Carl Jung. Las coincidencias significativas no obedecen al azar ni a la mala suerte. Tienen significados y correlaciones concretos y profundos. Quizás sea hora de preguntar seriamente qué les sucede a los adultos de esta sociedad. Qué los tiene tan distraídos respecto de sus responsabilidades. Cuál es la urgencia (de diversión, de acumulación económica o material, de arribar, de pertenecer, de figurar, de tener, de poder, de. ¿de qué?) que los tiene abducidos. Si es grave que, como miembro de una comunidad humana, cada uno se preocupe sólo de si a él le va bien, ciego a los otros o al devenir, lo es muchísimo más la despreocupación y la inacción ante sus hijos. Porque la gravedad del asunto hace que hoy debamos pensar en todos los chicos y jóvenes como en nuestros hijos, y no sólo en aquellos que hemos parido.
Quizás sea hora de preguntar seriamente qué les sucede a los adultos de esta sociedad. Qué los tiene tan distraídos respecto de sus responsabilidades
No son el precio del dólar, las tramoyas internas de un poder político ensoberbecido y narcisista, las patéticas piruetas de una oposición sin brújula y sin propósito, la desorientación patológica del técnico de la selección de fútbol y sus jugadores o el último juguete tecnológico (que será viejo antes de que parpadeemos) los que determinarán y mostrarán el sentido y el futuro de esta sociedad y de la vida de sus integrantes. Todo eso es coyuntura y lo coyuntural perece con los relojes y calendarios. Mientras el descuido imputable de chicos y jóvenes se acentúe, mientras carezcan de modelos y de presencia adulta nutricios que les permitan ante todo vivir y luego desarrollar sus potencialidades en un ámbito de amor y cuidado, el futuro será de pronóstico incierto y sombrío. Dicho todo esto, seguramente habrá quienes se apuntarán para matar al mensajero. Mientras tanto, ¿cómo se evitará la próxima tragedia?.
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