Cada año cuando celebramos la Navidad, recordamos el momento de la historia cuando
Dios entró en nuestro pequeño rincón del universo de una manera asombrosa. En
términos teológicos, usamos la palabra “encarnación” para explicar este evento. O
tratamos de simplificar el fenómeno que conmemora la fecha diciendo: “Fue cuando
Dios se hizo hombre”. Después nos alejamos del pesebre, pensando: ¡Ah, ya
entiendo! Y seguimos con nuestras fiestas.
Pues no. No entendemos. Ni siquiera un poco.
En realidad, es imposible entender con nuestra mente humana lo que sucedió hace 2.000
años en Belén, Palestina, ese pequeño rincón del Imperio Romano. Tratar de entender
la realidad del nacimiento de Jesús mirando sólo la escena del nacimiento, es como tratar
de hacer una síntesis acertada de un partido de fútbol después de perdernos toda la primera
parte del juego, y luego analizar la mitad restante. A menos que entendamos quién era
“el niño Jesús”, y lo que Él había decidido hacer antes del día de su nacimiento, jamás
comprenderemos la razón de la gloriosa celebración de los ángeles, algo que la persona
común y corriente habría visto simplemente como la intrascendente experiencia de
una familia judía
por Dan Schaeffer