El primero que lo comprobó, y personalmente, fue un periodista y productor de televisión norteamericano,
Norman Cousins, en la década de los 70. Aquejado de una dolorosa patología ósea (espondilitis anquilosante), comprobó que
diez minutos de carcajadas le provocaban un efecto analgésico semejante a dos horas de sueño sin
dolor. Publicó su experiencia en revistas médicas y escribió un libro en el que describió sus hallazgos. Su descubrimiento hizo nacer lo que hoy se conoce como
«risoterapia». Hoy se sabe que, en situaciones de
estrés, el organismo libera hormonas como el cortisol y la epinefrina, que aumentan el ritmo cardiaco y la tensión arterial y reducen la respuesta inmunitaria, lo que hace que el organismo sea más vulnerable ante las enfermedades. En cambio, la
risa estimula la
liberación de endorfinas, analgésicos y tranquilizantes naturales que produce el
cerebro, de efectos parecidos a la morfina.
Los
beneficios de la risa han sido corroborados por numerosos estudios. Uno de la
Asociación Americana del Corazón aseguraba que la risa frecuente puede proteger contra el
infarto, y otra investigación reciente la relaciona con una reducción del riesgo de desarrollar
alergias. A la vez, varios estudios han confirmado que el umbral del
dolor aumenta de forma considerable cuando se provoca la risa de los pacientes.
Por supuesto, una enfermedad no puede curarse estimulando la
risa del paciente, pero está demostrado que el movimiento fisiológico que provoca una
carcajada beneficia al organismo en su conjunto. Cuando
reímos, se mueve el diafragma y respiramos de forma mucho más eficaz (utilizamos 12 litros de aire en lugar de los 6 habituales). A la vez, el movimiento del hígado favorece la digestión, mejora la eliminación de la bilis, estimula el bazo y evita el
estreñimiento.
Articulo de PLUESMAS.