Noche de terror.
Noche tormentosa y fría,
lloviznaba sin cesar
y aunque fuese a mi pesar
a la cita acudiría.
Delante de aquel portón
astillado y maloliente
con un temblor reticente,
di dos golpes de aldabón.
Era el código acordado
para obtener el acceso...
Estaba rígido, tieso
y como al suelo clavado.
Pasaron varios minutos
sin que nadie respondiera
y de súbito, a mi vera,
vi tres hombres diminutos.
Con brusquedad manifiesta
empujáronme hacia dentro,
era inminente el encuentro
en tan repugnante fiesta.
Vislumbré, al fondo, un altar
recubierto de gusanos
y dos cornudos enanos
dispuestos a comenzar.
Escuché un fuerte ronquido
y una gutural palabra,
algo así: “¡abracadabra!”
con envolvente sonido.
Quedé preso del terror
al notar que me asfixiaba,
entre azufre se mezclaba
un irresistible hedor.
Respiré pausadamente
aliviando mis pulmones
y mis negras sensaciones
cedieron suavemente.
Por un lateral oscuro
hizo su entrada un gigante,
grandes cuernos, arcaizante,
dispuesto para el conjuro.
Con pasos cortos y lentos
y las garras levantadas,
grandes uñas afiladas...
¡El satán de los tormentos!
Grotescas imprecaciones
que por su boca expulsaba,
era una voz que aterraba
produciendo convulsiones.
Me levanté dolorido
dando tumbos, mareado...,
noté un cuchillo clavado
entre el cuello y el oído.
Grité de espanto y dolor.
“¡Estás soñando, despierta!”.
Vi a mi esposa boquiabierta
y yo empapado en sudor.