No en vano dicen que en esta vida todo tiene solución menos la muerte.
Cuando muere un ser que amamos profundamente sentimos un dolor que nos traspasa el alma y nuestro corazón se rompe en incontables pedacitos de frustración al perder para siempre a aquella persona tan especial que acariciaba nuestro ser con cada mirada.
¿Qué puede doler más? ¿Saber que jamás podremos volver a verle? ¿Ese montón de palabras que siempre quisimos decir y no pudimos? ¿El hecho de que estemos aquí y ellos no? ¿Cómo pedirle al alma que no llore por tantas ausencias?
Quisiéramos estar en paz, sabiendo que quien murió se marchó a un lugar mejor, en donde se encuentra la paz y la armonía que todos buscamos… Pero en lugar de pensar así, estamos aquí sufriendo, pensando en el dolor que sentimos y derramando las lágrimas más amargas que nunca pensamos derramar.
¡Cómo nos gustaría devolver el tiempo y hacer tantas cosas que podrían amilanar la tristeza y pesadez que hay en nuestro corazón!