A lo largo de mi vida, he sido sanado, prosperado, protegido y bendecido por la gracia de Dios. Hoy determino expresar la gracia de Dios. En vez de ser arrastrado a la discordia, me elevo por encima de ella. No tengo necesidad de probar mi punto de vista. En su lugar, elijo el perdón y la comprensión.
Presto atención a las personas a mi alrededor. Si percibo que están teniendo un mal día, ofrezco ayuda: comparto una palabra afable y edificante o realizo un acto amable y anónimo sencillo, tal como poner monedas en un parquímetro a punto de caducar. La gracia de Dios es una bendición que vive en mí. Yo la mantengo viva al ayudar a los demás. Comparto la gracia de Dios con todos los que necesitan sentir el toque tranquilizador de Su gentil benevolencia.