Amanece en tristeza y orfandades,
como si al filo de la noche, el día
se hubiera muerto sin cuajar del todo,
como si ya no hubiera alternativas.
Uno se encuentra la pared enfrente,
abortado el viaje. Se amotinan
las ideas confusas,
y a punto queda de estallar la ira.
Tantas preguntas nos circunnavegan,
y ninguna respuesta nos conquista.
Ay, del amado a quien la amante ruega
ser empequeñecida
del rango superior de enamorada
al inferior de amiga,
empañando en crepúsculos oscuros
el radiante cristal del mediodía.
A esa pared que nos bloquea el paso,
embiste la cabeza, que aturdida,
sangrante como el alma,
no entiende si ya ha muerto o si agoniza.
Dormimos y olvidamos, aunque el sueño
también a veces se hace pesadilla.
Cada mañana es una nueva muerte,
y el despertar es ave de rapiña
que nos devora lenta, persistente,
Prometeos que el cielo incapacita.
No me dejeis dormir ni despertarme,
devolvedme la muerte indefinida.
(F.Hidalgo)